58

15 1 0
                                    

Tiago

Otro día más sin ella. O bueno, sin ella en mi vida como la conocía. Quería intentar hablar con ella o tener un acercamiento para demostrarle lo mucho que la quiero, pero no estaba apenas en casa. Me era imposible. Y bueno, yo seguía de mujer en mujer, de cigarro en cigarro, de cama en cama… Estaba cansado de ir entre mujeres que me quieren para una cogida.

Dos días después Abril estuvo por casa y aproveché para acercarme a ella.

–Hola, Abril.

Ella me miró y sonrió. Joder, estaba feliz, era feliz. Tenía un brillo en los ojos precioso.

–Hola.

–¿Cómo estás?

–Creo que mejor.  

–Genial…

–¿Tú?

–Bien.

–Me alegro, Tiaguito.

–Sí –sonrío. Esa sonrisa es más falsa que las uñas de la que me chingo.

–Que sonrisa más falsa.

–Lo que hay –decido irme como un cobarde.

–¿¡Dónde vas!? –pregunta en la lejanía.

Decidí no contestar, me rompía verla tan bien sin mi, cuando tendría que alegrarme por ella. Por haberme superado. Me jalaron del brazo y al girarme era ella. Suspiré.

–Oye, ¿qué pasa?

–Nada, sólo déjame solo.

–No.

–Abril…

–Echo de menos hablar contigo.

–Déjame solo –repetí. Mierda…

–Bueno, pues vale. Luego no me busques para volver conmigo.

–... N-no, espera-...

–Déjame sola –suspiró.

Me desperté. Otra vez sin ella en la cama. Estoy harto de todo. La extrañaba mucho, muchísimo. En su lugar había otra rubia que no era ella. Todas con las que me acostaba eran rubias de ojos azules, pero ninguna se parecía en lo más mínimo a mi rubia.

Mis días eran tal que así. Y me aburría tanto que hasta me canso de vivir. Quiero desaparecer. Desaparecer por la faz de la tierra aunque sea por un fin de semana. Y lo haría. No sabía a dónde me iría. Pero me iría.

–Holaaaa –joder.

–Hola, nena –me brillaron los ojos. Lo noté.

–¿Qué tal? ¿Qué te cuentas?

–Nada nuevo.

–¿Cuándo me dirás que te ocurre?

–Nunca –me iba para Argentina. A la mierda. Ya había hablado con Trueno, un viejo amigo, para quedarme con él.

–Tiago.

–Este fin de semana me voy a Argentina de nuevo.

–No.

–Sí.

–No te vayas, por favor.

No me hagas esto…

–Lo siento, la decisión ya está tomada –y de nuevo, tomé un cigarro entre mis dedos y lo encendí.

–Te necesito.

¿Qué?

–No, no me necesitas –estaba siendo duro…

–Sí, sí lo hago.

Camisa de once balas IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora