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Abril

Mi cuerpo aún reaccionaba cuando Tiago me ponía una mano encima. Quisiera que no fuera así, pero no puedo evitarlo, y me da rabia. En cuanto llegó mi marido se fue con mala cara, no tenía por qué ponerse así, era algo que tenía que aceptar, pero se fue igualmente con la peor mirada del mundo. Alejo se sentó a mi lado y lo abracé en nuestro silencio cómodo. Lo adoraba. Y daba gracias a que me hubiera perdonado el beso. Me subió sobre él y me empezó a repartir besos, me encantaba cuando hacía eso, pero cuando olía a tabaco no.

-¿Has fumado?

-Solo fue uno...

-Alejo, no quiero olores así cerca de Nadia.

-Ya, ya lo sé, pero hacía mucho que no fumaba, y sabes que me gusta.

-Bueno.

-No te enfades...

-Ya te salvaste de esto.

-Pero igual me gusta.

-Entonces por esa regla de tres yo porque me gusta follar me puedo tirar a otro. Solo porque me gusta.

-No tiene nada que ver, por dios. No te estoy siendo infiel, solo estoy fumando.

-Déjalo, no voy a discutir.

-¿Qué tendrá de malo que fume?

-Que puedes volver a caer en la adicción.

-No va a pasarme eso de nuevo.

-Espero que no.

-Confía en mí.

Cierro los ojos, suspiro y lo abrazo. Él me abraza también y me mima. Decido olvidarme de lo ocurrido con Tiago, no me hará bien tenerlo en cuenta. Alejo pone sus manos en mis muslos y empieza a apretarlos, le encanta hacer eso, dice que le encanta mi cuerpo, a pesar de que a mí no tanto.

-Duchate, apestas...

-Ay... Tampoco es para tanto.

-Odio el olor a porro.

-Bueno, lo siento.

-Tiraaa.

-¿Vienes?

-Voy.

Y una vez en el baño empezamos a despojarnos de nuestra ropa, Alejo me miraba con deseo mientras que se acercaba y empezaba a besarme. Rodeé su cuello y me alcé. Notaba su dura erección. Y fue mientras la ducha nos mojaba que me hizo suya una vez más.

•••

Un mes más tarde volví a manchar de sangre. Esta vez me temí lo peor. Estaba sola en la casa dando vueltas de un lado a otro mientras me mordía las uñas. De repente sentí una mirada puesta en mí, y vi a Tiago mirándome.

-¿Estás bien? -se acerca a mí.

-No.

-¿Necesitas algo?

-Tengo que ir al hospital.

-Te llevo, vamos.

Sin preguntar el porqué, me coge la mano y me arrastra a la puerta, pero me freno.

-No podemos dejar aquí a Nadia. Tiene que venir.

-Vos andá al carro, yo voy a buscarla.

Y eso hice. Nos separamos y se fue a por nuestra hija mientras yo iba al coche a esperarlo, no tardo nada, y arrancó para el hospital. Y ojalá ese día no me hubieran despertado. Había tenido un aborto. Ahora cómo iba a decírselo a Alejo... Salimos del hospital, yo cabizbaja y con lágrimas inundando mis ojos y Tiago rodeándome con un brazo a mí y con el otro llevando aupa a Nadia. Se paró un momento, dejo a Nadia en el coche sentada en su sillita y a mí me abrazó con fuerza. No sabía lo que se sentía, pero sabía que me dolía, y eso le bastaba para quedarse así. Conmigo. Entre sus brazos eché todo lo que llevaba guardado y la tristeza de haber perdido un hijo. No se separó hasta que yo dejé de llorar.

-Gracias.

-No las des -me limpia la última llevándosela con sus labios al darme un beso en la mejilla.

-Volvamos a casa... quiero dormir.

-Sube.

Subimos al coche y entre un silencio cómodo volvimos. No quiero imaginarme la cara de él cuando lo sepa. Tengo miedo. Miedo de cómo vaya a reaccionar, porque últimamente está un poco raro. Al llegar a casa entro perezosamente. No sé qué decir, ni qué mirar.

-¿Puedes venir a dormir conmigo...? No quiero estar sola.

-Claro.

Nos fuimos juntos al cuarto. Dejé a Nadia en su camita y luego me fui con Tiago. Se tumbó en la cama primero, y luego abrió los brazos para recibirme. Yo me abracé a él y me sentí en paz. Me acaricia el pelo y la espalda suavemente, me da tranquilidad tenerlo conmigo. Sin darme cuenta me quedo en sus brazos dormida. Hacía años que no sentía esto, y fue muy reconfortante.

Me desperté en la misma posición, pero no fue por mi misma, sino por un beso. Eran sus labios, y estaba nuestra hija entre nosotros. No sabía en qué momento había llegado esta niña aquí, pero me pareció bonito despertar así. Abracé a mi hija con fuerza y sin quererlo volví a llorar. Los labios de Tiago esparcieron besos por mis mejillas, y sus manos me acariciaban suave y dulcemente por debajo de la ropa, amaba esa sensación. Él era esa persona que siempre iba a amar. Para mí, era el amor de mi vida. La persona que me dio lo mejor que tengo: mi hija.

Fin.

Camisa de once balas IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora