50

16 0 0
                                    

Mauro

Por suerte ella nos empezaba a recordar, muy poco, pero poco a poco. No podemos llenarle de recuerdos tan pronto porque no es bueno, tiene que ir procesando las cosas poco a poco. Así que yo me dedico en contarle las cosas poco a poco y con detalle, no quiero agobiarla.

–¿Qué querés saber hoy, mi amor?

–No sé, lo que quieras.

–Bueno… –a lo mejor me pega–. Cuando recién nos conocimos, te llevé conmigo a la mansión, y en el viaje, me la mamaste.

–Cuéntamelo todo con detalle, te conozco tanto que sé que no me cuentas las cosas enteras.

–Bueno. A ver. Te recogimos del trabajo, el Duko te pago mil euros porque vinieras con nosotros, y tú tan contenta aceptaste. Te llevé en el Mercedes, empecé a crear tensión… Y acabó en una cogida desesperada.

–Pero yo en ese entonces tenía novio, y yo no soy de poner cuernos.

–Sé que sonará mal. Pero te obligué. Te tenía tantas ganas…

–¿Cómo?

–Te dije que si no lo habías te sacaría del coche. Pero al final te gustó y acabamos follando.

–Pues que guay, ¿no?

–Sí.

–Cuéntame más cosas.

–Eeehh… Me gustaría que no recordaras lo malo. Pero también lo tenés que saber igualmente.

–Cuéntame lo que quieras.

–Cuando tuvimos a Abril, te abandoné. Me sentía tan mal por haberte engañado con otra mujer que huí como un cobarde. Estábamos bien, muy bien, nos iba todo genial. Estuvimos una temporada huyendo del Duko, y luego, cuando por fin estuvimos tranquilos, se me cruzaron los cables y la cagué… –aun me sentía mal por ello, me sentí sensible y me salió una lágrima.

–Ah… –vi como su corazón se aceleró, de malas maneras. Me asusté.

–Te juro que no lo he vuelto a hacer, no desconfíes de mí –puse mi mano en su mejilla.

–Mejor cuentame las cosas buenas –acaricia mi mano.

–Vale. Bueno… –empecé a contarle sobre nuestras hijas, nuestra vida ahora, y por mal que me parezca, le conté del problema con los rusos.

–Así que nos casamos en Italia.  Tuvimos perros… y fui la única mujer de la que te enamoraste locamente. ¿No?

–Nunca me he enamorado tanto de una mujer como lo estoy de vos. Sos el amor de mi vida.

–Creo que tú el mío también, por lo que me has contado.

–Pareciera que estamos hechos para estar juntos, chiquita –sonrío.

–Nos ha costado, eh.

–Mucho. Pero acá estamos.

La besé, nunca me cansaría de hacerlo. Ella me devolvió ese beso demostrando su cariño hacia mí. Como la extrañé. Puse mis manos en sus mejillas y acaricié su piel, luego junté nuestras frentes, después de ese beso, y la vi sonreír. La amo, la voy a amar siempre.

–Tenés una sonrisa hermosa –y nunca me cansaría de repetirlo.

–Tu unos ojos que enamoran a cualquiera.

–Te enamoraron a vos, y con eso me basta –sonrío.

–Sí, todo tú me vuelves loca.

La abracé, ya me recordaba un poco más, y me hizo el hombre más feliz del mundo.

–Te amo…

–Y yo a vos, chiquita –me la comí a besos.

–Tengo unas ganas de salir de aquí…

–Saldrás esta semana, me lo comunicaron hace poco –la miro con una sonrisa.

–Menos mal, quiero pasar tiempo contigo. A solas –recalcó.

Deje otro beso y una enfermera pasó por la habitación a notificar que se había acabado la hora de visitas. Qué raro, aún quedaban quince minutos… Bueno, tuve que salir, y una enfermera estaba en el pasillo, me cortaba el paso.

–¿Me permite?

–Quería hacerle una pregunta, señor Monzón…

–Dígame.

–Quisiera salir con usted un día.

Quería salir conmigo. Yo, un hombre felizmente casado con la mejor mujer que ha pisado la faz de la tierra. Ni en joda.

–Si sabe usted que estoy casado, ¿verdad?

–No.

–Bueno, lo estoy. Si me disculpa…

–Se han acabado las visitas.

–Si no me equivoco, puedo pasar la noche aquí sí quiero.

–Si una enferma dice que no, no puede.

–... Muy bien.

Volví a entrar, me despedí del amor de mi vida y salí de nuevo junto con mi abrigo.

–¡Mauro!

–Me obligan a irme…

–No pueden hacer eso sin motivos razonables.

–Al parecer, si pueden –miré de reojo a esa mujer, era joven y guapa, pero no era mi chiquita.

–No quiero que te vayas.

–Tiene que irse, señorita Romanov –ni siquiera me digno a mirar a esa, me está generando violencia.

–No puede echarlo porque sí –dice una voz masculina detrás nuestra. Era un doctor–. Puede pasar la noche con la señorita si quiere.

–Genial, si me disculpa… –sonrío triunfante y me siento con mi mujer.

–Asquerosa, puta, guarra –murmura mi mujer. Si hubiera llevado el arma que solía llevar, le habría metido un tiro en la boca a esa enfermera. Ellos se fueron dejándonos solos, y yo exploté a reír.

–¿Lo oíste? ¡Quiso salir conmigo! –me descojono.

–Lo que decía, puta.

–Y con descaro además.

–Sí.

–Solo tengo ojos para vos, y lo sabes.

Muchos hablan de cómo la miro, pero una miradita la pone cualquiera, es todo lo que hago por ella, lo que le demuestro. Eso es lo que prueba que la amo.

Camisa de once balas IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora