—No está mal, tiene lo necesario —menciono por décima vez—. No puedes enojarte, Camilo nos había advertido.
—Nos dijo que había humedad —gruñe entre dientes, está dándome la espalda mirando hacia la pared, es su forma de tranquilizarse.
—El alquiler es prácticamente un chiste —le recuerdo—, no podemos quejarnos.
Intento ser positiva y no enloquecerme con lo que mis ojos observan, mi primera impresión fue una exclamación ahogada y retroceder hasta chocar con su pecho, no sé cómo logré no desmayarme; creo que mi reacción ocasionó su mal humor exagerado y no ha parado de quejarse desde que llegamos.
Nuestro nuevo hogar queda en un barrio tranquilo, es un edificio clase media, con fachada antigua, pero bonita, tiene un ascensor pequeño, sus propios parqueaderos en el sótano y un shut de basura en cada piso. El apartamento es amplio, tiene dos habitaciones, cada una con un pequeño armario y un baño en el pasillo, tiene sala y comedor espaciosos, una cocina pequeña, pero moderna, con estufa y horno incrustado, además, también hay un mesón con dos taburetes que me recuerdan a mi casa. Todo sería maravilloso sino hubiésemos encontrado un desorden de los mil demonios.
En la sala hay un sofá desgarrado que mira hacía la pared donde se encuentra un gran televisor colgado, en el suelo hay una consola con sus mandos y un río de videojuegos tirado en todos lados, hay varias bolsas de basura en los rincones.
Ambas habitaciones están amuebladas de la peor manera. La principal es grande e iluminada, tiene una cama doble en el medio, las sábanas están enrolladas en el suelo y el colchón está manchado de sustancias desconocidas. Hay varias botellas de alcohol vacías en el suelo y el armario parece un sex shop, hay consoladores, condones, y disfraces. La segunda habitación está un poco mejor, la cama es personal y las sábanas siguen encima, solo que arrugadas. El suelo está salpicado de pintura neón y el armario está vacío.
El baño huele horrible, en la cocina la nevera solo contiene alcohol, no sirve el grifo del lavaplatos, las alacenas están llenas de frituras y chucherías que apuesto lo que sea al que el 90% están caducadas. El suelo está salpicado y con restos de comida.
El apartamento huele a encierro combinado con alcohol, sudor y sexo. Lo primero que hice fue abrir las ventanas y dejar que la luz y el aire inundaran el lugar, Damián en cambio, solo ha maldecido una y otra vez.
—Podemos arreglarlo —lo animo y es verdad, necesitaremos un par de días para que esto se convierta en un hogar digno, pero lo lograremos.
—Ya —junta su frente con la pared y resopla, me acerco por atrás y lo rodeo con mis brazos—, ni siquiera puedo buscar las maletas, no tenemos donde dejarlas, se pueden contaminar.
—No se van a contaminar —me burlo y jugueteo con los dedos en la cinturilla de su pantalón, mi mejilla choca con su espalda tensa y cierro los ojos, es muy cómodo—, no seas dramático, solo debemos limpiar y organizar.
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Las reglas para amarte | 2.0
Teen FictionSegundo libro de las reglas del deseo Hay primeros amores que no son los destinados para ser los últimos. Hay corazones que merecen vivir rotos por haber lastimado a otros. Hay personas que están mejor separadas, pero que el destino decide juntarlas...