19. Una mano y media de distancia

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Damián

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Damián.

Sonrío, ella sigue durmiendo tranquilamente mientras yo estoy convertido en un caos. Se ve tan relajada, sin ninguna preocupación, se encuentra abrazando una almohada que sin duda me gustaría arrancarle para colocarme en su lugar. No lo hago.

¿Por qué todo es tan complicado entre nosotros? Hay una brecha entre los dos, una más grande de la que ella misma imagina, ambos tenemos nuestras mentiras y secretos, ambos tenemos nuestros demonios y ambos estamos cansados de esta mierda.

Dejarla fue lo más difícil que he hecho en mi vida, pero ella lo pidió. Es injusto, no quiso darle una oportunidad a lo nuestro y ahora... ¿Quiere que yo lo haga? La conversación que tuve con Marcos hace unos minutos sigue fresca en mi cabeza.

No soy quién ella necesita. Me lo dejó claro el destino.

La elección fue muy clara, me dejó por ambición, por complacer a su padre, me mintió en vez de hablarme con la verdad, terminé demasiado herido en el camino y no creo que pueda sanar alguna vez.

Recuerdo mi reacción al enterarme de su nueva relación, sentí como caía de un precipicio, era asfixiante ver su sonrisa tras la pantalla, su brazo enredado con unos que no eran los míos. Dolió, dolió demasiado, dolió hasta el punto de terminar de destruirme.

Mi gran error fue llamarla días después de esa noticia, su prometido contestó y ahí nos conocimos fugazmente, la conversación fue corta y solo intercambiamos un par de frías palabras, después me enloquecí y decidí ir a verla. Pésimo error.

No sé cómo lo hizo, pero el hijo de puta fue el primero en recibirme en el aeropuerto, al principio guardó las apariencias, pero después, cuando se dio cuenta de que me importaba un pepino lo que me decía, empezó lo feo. Me habló de la adicción de Amanda y su proceso de recuperación, siempre intuí que tenía un problema, sin embargo, jamás pensé que fuera tan grave, él estaba preocupado de que recayera si yo volvía a confundirla.

Por unas horas ganó la batalla, desistí de verla y prometí regresar a mi casa en el próximo vuelo, lastimosamente tenía una necesidad instalada en todo mi ser, no podía irme sin saber que estaba bien.

Me quedé una semana, la seguí en las sombras, la observaba en distintos lugares intentando agarrar coraje para acercarme, pero... siempre estaba con él. Caminaban de un lado al otro, a veces demasiado serios, a veces muy sonrientes, la veía tranquila, relajada, contenta, y ahí fue cuando recordé nuestra situación, yo jamás podría ser ese hombre, jamás la podría tratar como mi pareja en un sitio público, nuestra relación estaba condenada al fracaso, por eso no me escogió, por eso me alejó, ella era la más razonable.

No había nada más para mí en ese lugar.

Me siento demasiado extraño, desde que llegó ha sido insistente, me han quedado claras sus indirectas por recuperar un poco de lo que teníamos, y eso me hace dudar, es como si faltaran más pedazos en esta historia, como si lo nuestro no fuera algo pasajero sino real, más real que cualquier otra cosa.

Las reglas para amarte | 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora