18. Aléjate de ella

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Damián

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Damián

—No... —susurra y retrocede varios pasos intentando huir de mí, es imposible, no planeo dejarla ir ahora que la encontré.

—Tú querías jugar, pues empecemos con el juego —y esa frase la coloca en alerta, su expresión deja atrás cualquier indicio de repelencia.

Noto en su mirada las intenciones que tiene, corro hacía ella justo cuando lanza un grito parecido a una carcajada, rodeo su cintura con los brazos y la cargo en mi hombro como en tiempos de antaño, sonrío, intenta escapar, patalear, huir, no lo conseguirá, hemos repetido esta escena varias veces y siempre tiene el mismo resultado.

La suelto en el asiento del Jeep y no deja de reírse, una melodía que ansiaba escuchar hace años, es una especie de batería para mi agotamiento. Me gusta, me sigue gustando como si no hubiese pasado el tiempo. La dejo despeinada y con las mejillas sonrojadas, cierro la puerta del copiloto y me dirijo hacía la del conductor, al sentarme me coloco el cinturón y pongo el auto en marcha.

No me gusta discutir con ella, después de cada encuentro me he sentido fatal, he intentado protegerme, alejarme, alejarla, lo que sea necesario para que me deje de doler, estoy cansado de fingir que puedo soportarlo, que soy fuerte cuando estoy roto.

La besé y la dejé, me sentía satisfecho cuando lo hice, hasta que salí de esa cocina y vino la desdicha. Me estaba asfixiando, quería volver inmediatamente a su lado, pedirle perdón, estaba enloqueciéndome con cada segundo que pasaba, y regresé, regresé cuando ella ya no estaba.

Luisa me informó que Amanda se había ido como una loca y casi muero en ese instante, estábamos en una localidad teóricamente segura, pero no quería imaginarla caminando descalza, en la noche, a la merced de cualquier imbécil que la viera y decidiera ayudarla obteniendo algo a cambio, y tras del hecho, con el corazón roto. No, en mi cabeza solo existían las desgracias.

Entré en razón, fue como un baldazo de agua fría cayéndome encima, busqué mi auto, grité maldiciones sin parar y fui a buscar a la loca que salía sin zapatos. ¿Por qué nos hacíamos tanto daño? Conduje con la ansiedad a tope, me sentía el peor ser humano porque la lastimé hasta tal punto que la única solución que encontró fue huir.

—Me encontraste —pronuncia con anhelo.

—Fue relativamente fácil —miento, he estado dando vueltas como un loco para encontrarla.

—Y aceptaste volver conmigo —suena feliz.

—Acepté volver a acostarme contigo —me encojo de hombros.

¡¿Por qué acepté?! ¡¿Acaso soy masoquista?! ¡Soy un imbécil! ¡Ella está a punto de casarse! Caí completamente a sus pies cuando volví a ver su carácter explosivo y repelente salir a la luz. Amanda habló sin pensar, pero lo hizo con seguridad, mostrando lo segura que estaba de volver a repetir esta locura.

Las reglas para amarte | 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora