Dicen que a veces, es mejor no saber la verdad. O tal vez, en mi afán de saber quién era yo y saber qué estaba pasando a mi alrededor, descubrí ciertas cosas que prefería no saber.
Mi pecho sintió un vacío cuando lo primero que vi en el teléfono de Leo fue mi foto teniendo sexo con Gio, en una página porno. No solo tenía muchos likes, y comentarios...el lo había visto. Revisé el paradero de la foto, y quien la había enviado era Ana.
Leo seguía durmiendo así que seguí husmeando en su teléfono. Sus fotos eran de pastillas, hombres muertos, y... había una carpeta con fotos mías. Eran de cuando vivía e otra ciudad, cuando mi madre vivía. ¿Qué hacia Leo con estas fotos?, en unas estaba haciendo compras con mi madre. En otras, yo estaba con mi padre en su auto. Si trabajaba para el, ¿Por qué lo estaba espiando?, al menos que el no fuera su verdadero jefe.
En una carpeta decía: «Vito Bonvertre» Vi a mi padre haciendo tratos en la misma fábrica donde habíamos ido, golpeando a otra persona de forma salvaje, y sosteniendo frascos de las mismas pastillas de fentanilo que Leo usaba. Desconocía a mi padre en esas fotos. ¿Por qué puso en la carpeta Vito?
Mi corazón dio un vuelvo al ver otra carpeta de la vida personal de Leo, donde salía retratado con...Ana. Eran simples fotos de novios. Abrazados, besándose. Una pareja común, que se habían enamorado. Ana parecía una chica linda, incapaz de matar a nadie.
El teléfono me fue arrebatado de forma rápida por Leo, que estaba furioso y adolorido. Yo retrocedí. Se sentó en el borde de la cama para revisar que estaba husmeando y me miró. Justo en ese momento, supe donde había visto aquellos ojos con heterocromía. El era el chico de la máscara que intentó golpearme unos meses atrás cuando salí del gimnasio. El pánico volvió a mi pero debía controlarme. ¡Quería respuestas!
–Por dónde empezar Lucy...–dijo con voz baja.
Me levanté. Yo ya no estaba dispuesta a soportar ninguna mentira.
–Primero que nada, ¿Qué hacen fotos de mías y de mi madre en tu teléfono? –Tomé ventaja.
No obtuve respuesta de inmediato. Se levantó tambaleándose para servirse un vaso de whisky y mientras bebía, iba haciendo alaridos de dolor. Estaba de espaldas a mi, me miró por encima del hombro.
–Casi muero por protegerte, algo que hubiéramos evitado si no te hubieras escapado. –tomó todo el vaso de un solo golpe.
Me acerqué, porque a pesar de todo lo que habíamos vivido, le debía algo:
–Gracias por salvarme. –dije en voz baja.
El dejó el vaso y tuvo la intención de decirme algo, pero se tambaleó hacia atrás, colocó los ojos en blanco y cayó en el suelo. Yo no era doctora, pero sabía lo que estaba pasando: una sobredosis de fentanilo potenciada con alcohol. Su cuerpo empezó a convulsionar, y busqué rápido en mi bolso y para mi sorpresa la naloxona que me había dado Gio seguía ahí, así que hice que la inhalara colocando su rostro en mis piernas.
Estaba vulnerable, y era mi momento de devolverle el favor. En unos minutos las convulsiones cesaron y el empezó a respirar de forma entrecortada. Supe que era el momento de llamar al hospital.
En unos pocos minutos, llegaron unos paramédicos que le colocaron oxígeno, solución intravenosa, y curaron las heridas que le hizo el oso. Uno de ellos me felicitó por el buen trabajo que había hecho y me dieron la noticia de que no ameritaba hospitalización. Al examinarlo, comentaron que tuvo un paro respiratorio por exceso de fentanilo, y que tenía grandes cantidades en su sistema, es decir, tenía tiempo haciéndolo. Pero iba a recuperarse, solo debía descansar unos días.
Aproveché que estaba sedado, y le pedí el favor a los paramédicos que nos dejaran en mi casa. Ahí, yo podía estar más tranquila, ( o eso creía). Ellos preguntaron sobre la metralleta y las pistolas, pero les mentí, diciéndoles que el era cazador y que estaba de casa, eso explicaría el ataque del oso salvaje.
De hecho, pensé que iríamos a prisión, pero uno de ellos me llamó a parte y me comentó que dejaría pasar esta ocasión, porque el le distribuía droga en su ciudad. Yo estaba sorprendida, Leo era drogadicto y vendía drogas, aparte de ser un asesino a sueldo. Y ese pequeño detalle, nos había protegido.
Al llegar a la casa, noté que alguien había entrado a la fuerza. Todos los muebles estaban volteados y en la sala, donde estaba una biblioteca pequeña, todos los libros estaban en el suelo. Buscaban algo. Le dije a los paramédicos que todo estaba bien, así que me ayudaron a llevar a Leo a su habitación.
Una vez solos, cerré las puertas con seguro, incluso la puerta trasera. Apagué todas las luces, por si aquella persona quería volver. Preparé un poco de comida l{líquida y calenté unos pañitos para colocárselos en la frente. Sentía que estaba en peligro, y la única persona que podía defenderme estaba en rehabilitación por una sobredosis y un ataque de oso.
Me senté a su lado y empecé a colocarle el pañito en el rostro. Luego, vi su pecho y abdomen. Era perfecto, marcado y tonificado. Su brazo izquierdo tenia una serie de tatuajes de lobos y una luna enorme, y una bebé pequeña junto a una mujer. ¡qué extraño tatuaje!
Al colocarle el paño en el pecho, tomó mi mano. Había recuperado la conciencia.
–¿Llamaste a los paramédicos? –preguntó con voz débil.
–Si, pero para tu suerte, uno de ellos se llama Nick, amigo tuyo. Me dijo que vivirás. –Pensé que iba a gritarme por haberlo hecho, pero sonrió. Me colocó el cabello detrás de la oreja de forma tierna, nunca había visto su lado dulce desde que lo había conocido. –Te prepare sopa, debes comer.
Solo me miró. Yo no podía ser rencorosa. Porque a pesar de ser su rehén, y que me hubiera amarrado a la cama, de haberlo visto coger con Joana...me había salvado varias veces, y eso lo tenía que agradecer. Le di sopa mientras el obedecía. Yo era buena cocinera, así que no pregunté si le gustaba el sabor. Y una vez acabada la sopa, se incorporó en la cama con dificultad.
–¿Por qué estas siendo amable conmigo?
– En el mundo hay mucha maldad, ¿No crees?, Y eso se contrarresta con–sentí su mirada clavada en mi– ...amor.
Su carcajada retumbó en la habitación. Nunca lo había visto reír. ¿ Qué tenía de gracioso lo que acababa de decir?
–Eres un poco ingenua, sin ofender Lucy. El mundo es cruel, y si no sabes defenderte, te jodes.
–Para ti es muy fácil decirlo –empecé a decirle mientras limpiaba una de sus heridas en su antebrazo –Eres fuerte, sabes pelear, yo no se defenderme, bueno –me encogí de hombros –ya ves todo lo que me ha pasado, y de no ser por ti, estaría muerta.
Subí la mirada y el seguía mirándome como si no hubiera otra cosa en la habitación. Me sentí intimidada. Sus cabellos caían en forma de bucle por sus hombros y eso lo hacía verse aun más sexy.
–Yo puedo enseñarte a defenderte Lucy –contestó al fin– Y debes aprender porque no estaré contigo toda la vida, ya he visto que hasta tienes dos pies izquierdos.
No dije nada. Solo me concentré en limpiar las heridas de sutura. Teníamos cosas pendientes por hablar, cosas que decirnos...pero en ese momento, el estuvo en silencio, mirándome y yo me dediqué a ayudarlo.
Esa noche, luego de darle su comida líquida, cuando fui a mi cuarto para ir a dormir, me tomó del brazo y me pidió que me quedara. Así que aquel hombre que me había esposado a una cama para hacerme daño, ahora quería de mi compañía. Y eso hice. Me acosté a su lado, mirando como su pecho subía y bajaba en cada respiración. El era un simple humano que había sufrido y tuvo que moldearse para no sucumbir en la sociedad, y yo también era una niña que intentaba encajar.
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Enamorada del Gym Boy |Romance Erotico+21|✔️( Libro I)
Teen FictionLucy, una chica de 18 años decide meterse en el gimnasio para bajar de peso, pero al conocer a Gio, su amor platónico, su Gymboy, descubre los placeres de la seducción a pesar de que el tiene novia. Y mientras ella intenta bajar de peso y no morir...