Capitulo 48: familia extendida

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Actualización Semanal. Pronto estaré subiendo la portada de la tercera y última parte de la historia 😊.

Salvatore Bianco

¿Cómo decirle? Cómo explicarle que no podía dejar a Renata ahora. ¿Cómo decirle que la amaba pero no podía cumplir mi promesa? Me sentía como un miserable en ese momento. Le pedí que fuéramos a caminar un poco mientras buscaba la manera de explicarle que me casaría con Renata porque no soportaría cargar con la infelicidad de una mujer que en cualquier momento fallecería. Encontramos un pequeño parque cerca de la casa por ahí en el exclusivo vecindario donde solo gente de la alta sociedad podían merodear. Nos sentamos en una banca y ella estaba callada, demasiado callada para ser ella. Apreté mis dientes y luego de sentir como un frío intenso comenzaba a calar mis huesos, comenté.

— Tenemos que hablar.

— No le des más vueltas por favor. Es obvio..., vas a casarte. No vas a cancelar tu boda con esa mujer.

— Aitana escúchame por favor.

— Es que realmente no sé si quiera seguir dañándome de esta forma.

— Fui a verla, estuve dispuesto a terminar con esa boda. Créeme que nunca estuve tan seguro de algo en la vida hasta que la noticia de su enfermedad me congeló. No la amo, pero tampoco sería capaz de acabar con lo único que podría hacer por ella y...

Aitana levantó la mirada con serenidad. Esperaba lágrimas, reclamos y de hecho estaba listo para enfrentar incluso insultos y desprecios porque estaba consciente de que los merecía pero nada de eso ocurrió. Me miró fijamente y no supe descifrar si era una mirada inerte o llena de ira. Con la voz tranquila y una paz que comenzaba a preocuparme, comentó.

— Soy y seré la nota discordante en todo mi entorno, creo que seré siempre la que se lleva la peor parte y joder..., antes me dolía y ahora ya no me provoca nada, me da igual.

— No es así Aitana, joder no entiendes lo que siento en estos momentos.

— Te equivocas, entiendo ahora perfectamente cual es mi lugar y está bien, me hago a un lado.

Intente sostener su mano pero ella rápidamente me evadió y esta vez mirando a la nada suspiró buscando esconder las lágrimas detrás de aquella dureza que intentaba dibujar en su rostro. Sentí que esa era la última vez que la vería de aquella forma. Estaba a punto de perderla y sabía que si la perdía, esta vez sería para siempre. Apreté los dientes y negándome a dejarla ir nuevamente respondí.

— Lo haré, aunque me duela, aunque no tenga cara con la cual hacerlo, cancelaré la boda. Haré lo que sea para que no te vayas de mi lado. Me he equivocado, me he dejado llevar por la culpa.., por..., no se porque demonios me he dejado llevar pero esta vez no te irás Aitana.

Ella me miró, me miró y tras guardar un efímero silencio acarició mi rostro con una pequeña lágrima cayendo de sus ojos.

— Hey, has lo que tienes que hacer. Ve, cásate con ella, haz de sus últimos días unos dignos y serenos. He esperado lo más, quizá esperar lo menos no duela tanto.
Tal vez para cuando ella ya no esté aún yo siga aquí y tu sigas siendo ese kamikaze autodestructivo que insiste en un amor que quizá nunca vea luz y aún así sigue creyendo en él o más probable cuando regreses la mujer ya no esté y solo quede una vieja amiga.

Se puso en pie y me abrazó fuertemente y ese abrazo fue extraño, jodidamente extraño. Fue la forma en la que ella me dejaba saber que ya no estaría más. Acercó sus labios a mi oído y con la voz temblorosa susurró.

— A fuerza, ni los zapatos entran. Estarás bien, estaremos bien. No seré yo quien le quite la felicidad a una desahuciada.

Mi mente se reinició completamente. Comencé a pensar y creo que a Aitana yo le hacía más mal que bien. La amaba pero siempre había mil cosas que nos separaban y una de esas cosas era mi impulso de querer salvar a todos incluso cuando al hacerlo yo mismo me perdía. Tal como me temía, esa fue la última vez que la vi. La última vez que escuché su voz, fue la última vez que pude tenerla tan cerca. No se había ido de España pero se encargó de ser invisible y pasar desapercibido. La busqué, la llamé, le escribí y lo único que encontré fue a Alicia a la puerta de su casa negándome verla y pidiendo que me fuera. Y no es para mal interpretar, Alicia quería lo mejor para su hija y yo en esos momentos no lo era. Tal vez Renata muriera en dos meses, tal vez un año y en ese mismo tiempo, Aitana conociera otro amor, ese era el infierno al que me estaba enfrentando. Solo faltaban tres dias para la boda con Renata y cada día que pasaba me estresaba más. Miraba a Renata dormir mientras me preguntaba cómo decirle a la mañana siguiente que lo mejor era cancelar la boda porque ella merecía llegar al altar con alguien que la amara realmente pero verla tumbada en esa cama, tan frágil, pálida, con diez kilos menos, el rostro demacrado y su piel llena de moretones por todos lados me hicieron sentir como un infeliz que dejaba a una persona buena en su peor momento. Me puse en pie y regresé a la sala y antes de poderme sentar tocaron la puerta. Era poco más de las seis de la tarde y no esperaba a nadie, mucho menos ese día. Caminé hasta la puerta y al hacerlo frente a. Mi estaba Serena, la mujer que de la nada resultó ser mi tia. Con fastidio intenté cerrar la puerta pero ella me detuvo.

Sin Amanecer Donde viven las historias. Descúbrelo ahora