Kendall

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Arabella no lograba comprender qué había hecho exactamente para que Harry la ignorara el resto de la semana. Una pequeña parte de su cerebro quería hacerla creer que se trataba de la recurrente visita de Zayn en las últimas noches; sin embargo, había una segunda parte que lograba convencerla de que el castaño simplemente había decidido odiarla.

Jamás había hablado con él sobre la extraña tensión en la que se habían envuelto en aquellos largos meses, donde Harry se había convertido en aquel extraño y familiar hombre recurrente de la mesa número trece del bar. Tampoco ella había podido conciliar una disculpa por los tratos que le había brindado, aunque él tampoco las había pedido.

Todo entre ellos era una misteriosa y constante tensión, la cual desataba aquellas largas e interminables discusiones sin sentido. Discusiones que sacaban los peores comportamientos de la colorada, quien siempre se había mofado de su elegante actitud y sus exquisitos comportamientos.

En cuanto a su relación con Zayn, Arabella se había encontrado a sí misma besando la boca de su amante, queriendo acallar las recurrentes preguntas que llenaban su mente cuando el rizado aparecía sin cesar, como un audio en reproducción continua. Aunque era consciente, aquello había traído más problemas de los que realmente quisiera encontrar, al sentir ese picor insoportable del acostumbrarse a los cálidos brazos en las noches y atenciones de una pareja estable y regular, algo a lo que ella le había escapado tanto como quería escapar de la continua presencia de su jefe en su mente.

En ocasiones se había encontrado a ella misma enumerando las reglas estrictas que se había autoimpuesto. Eran claras y precisas, y sobre todas las cosas, habían ayudado a mantener su corazón a salvo. Había sufrido demasiado y no se podía permitir bajar la guardia ante nadie. Lo había descubierto de la peor manera posible y no estaba interesada en volver a pasar por ello.

Llegó el quinto día y la colorada no podía soportar aquella frialdad que había envuelto la relación que tenían. Jamás habían sido exactamente amistosos; sin embargo, solían compartir unas cuantas palabras al día y, además, Harry actuaba perfectamente normal con los demás empleados. ¿Qué había hecho ella para recibir aquella insufrible indiferencia? ¿Se trataba de alguna especie de castigo por aquellos meses donde Arabella trataba con desgano al cliente de la mesa trece? ¿Él estaba pensando en echarla? Todo aquello la mantenía nerviosa y rígida, al punto que sus compañeros tuvieron que acercarse al sexto día, cuando sus presentaciones comenzaban a dejar de transmitir su auténtica emoción interpretativa y sus palabras se convertían solo en frases dejadas en el aire sin sentido, carentes de alma.

Así que, una vez más, la pequeña colorada se encontraba cruzando las puertas doradas y entrando en el bar donde desplegaba su talento, encontrando a su par favorito, murmurando, y tan cerca que parecían estar sumergidos en una burbuja que incluso a ella le dolió romper.

—¿Llegando temprano? Esa es una sorpresa—, la voz de Harry la sorprendió. Luego de una semana completa sin dirigirle la palabra, aquello definitivamente erizó el cabello de su nuca y la dejó completamente prendida a su presencia, la cual podía sentir casi con un sexto sentido que había creado únicamente para él; pasando a su costado y regalándole la exquisita vista de su cabello húmedo cayendo por sobre sus hombros varoniles.

No dijo nada y se odió a sí misma por no tener una respuesta inmediata e inteligente que lograra desestabilizar aquella actitud sobrante que su jefe tomaba cada vez que se dirigía a ella.

Arabella jamás lo admitiría en voz alta, pero había extrañado incluso aquellas peleas estúpidas.

Saludó con un asentimiento a sus compañeros y se quitó el abrigo impermeable que la protegía de las lluvias londinenses, las cuales eran recurrentes y le recordaban constantemente que ya no vivía en Los Ángeles.

Sacudió su cabello y tiró sus rizos hacia atrás mientras daba los pasos pertinentes hasta la barra, donde se estaban congregando los tres hombres. Entonces dio un pequeño salto sobre la barra, quedando sentada sobre esta, como cada día antes de la apertura, esperando que uno de sus compañeros le sirviera un trago antes de comenzar con las labores.

Se odió a sí misma por hacerlo, pero no pudo evitar buscar los ojos verdes que la perturbaban cuando intentaba encontrar la respuesta a la finalización de aquella ley del hielo a la que el británico la había sometido. Sin embargo, este parecía absorto en los mensajes que se encargaba de redactar con tanto entusiasmo en aquel teléfono que Arabella se había encontrado odiando en los últimos días, y otra vez se sumergían en una nueva rutina de destrato.

—Tendremos una visita especial hoy, necesito que la mesa trece esté lista en el horario de apertura y la reserven para mí el resto de la velada—, dijo el dueño, dejando bloqueado el teléfono en su palma y levantándose con puños en sus manos mientras arrastraba el asiento hacia atrás, clavando su mirada en la contraria, dejando en claro a quién iban aquellas órdenes.

«Trabajo, por supuesto. Solo me habla porque es trabajo», pensó. Sin embargo, no quiso replicar nada y nuevamente el silencio reinó entre ellos.

Cuando las puertas se abrieron, fue que la mujer colocó con intriga el cartel de reservado en la mesa, teniendo un pequeño déjà vu. Miró a su alrededor y pensó en el tipo de persona que Harry recibiría esa noche. Inevitablemente, sus ojos buscaron los rizos de su jefe en el bar, intentando encontrarlos y siendo efectivos cuando estos resaltaron entre la multitud.

Posteriormente, analizó la escena y entonces fue cuando pensó que su mente le jugaba una mala pasada, sin embargo podía ver perfectamente a la increíble morocha que el hombre llevaba elegantemente del brazo hacia la mesa donde ella lo había atendido tantas veces.

No fue difícil notar los detalles. Arabella los tenía a todos en frente, dirigiéndose a ella en un par de piernas infartantes y una microfalda de cuero que incluso la hizo analizar su propia vestimenta.

Harry había llevado a una mujer, una que estaba completamente por encima de cualquiera, pero sobre todo una que había mantenido aquellos ojos verdes fuera de su alcance.

A Song for You | Harry Styles.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora