Cuenta nueva

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Pensaba en cómo sus emociones podían cambiar con solo el último recuerdo de sus palabras. Habían pasado dos días desde que se había enterado de que Harry Styles sería el nuevo dueño de Golden y, desde entonces, una sensación extraña recorría su abdomen, bajaba por sus piernas y subía por sus hombros. Arabella no quería admitirlo, como todo lo referido al extraño cliente de la mesa trece, pero una mezcla de temor y excitación la agobiaban, quizá otras emociones que desconocía.

Por una parte, se encontraba observando con atención la mesa donde el ahora dueño de Golden observaba todo, preguntándose cómo era que todo había cambiado tan rápido después de la desaparición del pelilargo hacía tan solo unos días.

También, le había surgido la duda: «¿Malinterpreté sus actos? ¿Acaso estaba observando todo para saber qué lugar compraría?». Y entonces, la colorada se llenaba de miedos: «Va a echarme, ha estado observándome para evaluarme y lo he tratado de la peor forma». Ese pensamiento recurrente lograba que todo su mundo se desestabilizara.

Arabella sabía que la mayoría de la gente odiaba su trabajo. Sabía que esa era una de las razones por las que la gente buscaba el fondo de una botella en Golden: porque se presentaban con los hombros caídos y la corbata desacomodada, intentando tapar los pensamientos de sus deudas y problemas con su melancólica voz. Sin embargo, ella pertenecía a ese 1% de la población al que sí le gustaba su trabajo, al que sí disfrutaba de las jornadas. Aunque era cansador y en ocasiones estresante, ella sonreía cuando, por la noche, se recostaba en su cama y pensaba cuál sería la siguiente canción que cantaría, quién sería su público, qué historias habían trazado en el camino que los había llevado hasta el bar y si estaría allí aquel hombre de ojos verdes, que ocupaba la misma mesa con el fin de escucharla y observar.

La parte que más le preocupaba a la cantante era esa pequeña parte en ella que estaba decepcionada por creer que quizá el hombre sería un ferviente admirador de su talento o, quizá, estaba interesada en ella. Esa parte había golpeado su ego y lastimado su orgullo. Esa pequeña parte, que intentaba ocultar incluso de sus propios pensamientos, la estaba pinchando justo en el cuello, como un pequeño recordatorio de que no era nadie y jamás lo sería. Porque, aunque Arabella amaba su trabajo, ella realmente deseaba más. Y en su ingenuidad había creído que quizá aquel era el primero de sus fanáticos, uno oscuro y peligroso, pero el primero.

—Arabella, ven un momento, por favor—, su voz cortó sus pensamientos confusos y la ansiedad que había intentado empujar lejos volvió a su estómago como una ola incontrolable. Lo presentía: algo se venía.

Quizá era supersticiosa o pesimista, pero no podía evitar pensar que todos aquellos meses habían sido más que el producto de su nebulosa imaginación, intentando encontrar una explicación ficticia a todo lo que realmente sucedía. Harry Styles era solo un empresario más y no un fanático obsesionado por ella. Harry Styles se presentaba cada noche al bar con la intención de evaluar a sus futuros empleados y su trato con el público, y ella sabía, realmente sabía, que no había dado buenos pasos hacia él, incluso cuando él realmente había intentado ser amable con ella. Ella se había encargado de alejarlo e incluso echarlo del lugar que ahora era suyo.

Cuando Harry cerró la carpeta de datos que tenía en sus manos, la apoyó sobre la mesa que lo había recibido tantas noches, testigo de las miradas de desprecio y las ensoñaciones del hombre, quien observaba divertido la escena de su contrincante atravesando el lugar hasta su encuentro.

Harry no pretendía el malestar de Arabella; sin embargo, una pequeña y traviesa parte de sí mismo había disfrutado la forma en que los ojos de Arabella se abrieron y su cara reflejó la sorpresa absoluta cuando Frederick anunció la compra inminente del establecimiento.

—Sí, señor, dígame—, dijo, cabeza gacha, apretando entre sus dedos el moño del vestido que ajustaba su cintura y enmarcaba su silueta.

Harry no había dejado pasar desapercibida aquella palabra, logrando que una de sus comisuras se alzaran, incluso con egocentrismo, y dejando ver en la expresión de sus ojos lo divertido de la escena.

—He estado leyendo los datos que me ha dejado Fred y me he detenido a observar que, en tus últimos dos días, es recurrente en ti la llegada tarde al horario de ingreso. No quiero saber cuál es el inconveniente, pero deseo que entiendas que no quiero que esto se repita. Tus compañeros llegan a horario y no quiero que tú seas la excepción—, hizo una pausa que casi frenó el mundo de la mujer y, entonces, continuó—. Eso es todo, Arabella, puedes retirarte.

La cantante casi quiso combatir, sin embargo, el hombre tenía dos puntos a favor. El primero era que ahora era su jefe y, por mucho que sus ojos verdes la invitaran a responder, el segundo era que tenía razón, y estaba segura de que sus compañeros agradecerían que la mujer no llegara media hora tarde a las prácticas.

El tercer día de Harry siendo su jefe, Arabella se encontraba en un estado casi demencial. No lo odiaba, sin embargo, su presencia allí le estaba quemando.

El hombre ya no se limitaba a sentarse en su apreciado rincón carente de luz. Ahora caminaba por todo el lugar, como amo y señor, saludando a la gente y mostrando su carismática personalidad mientras movía sus manos repletas de anillos y sonreía, logrando que la sombra de sus hoyuelos fuera perceptible para la mujer, que, observándolo, volcaba las bebidas de su elegante bandeja.

Luca la había pescado observándolo, creando entre sus compañeros de trabajo una entretenida conversación sobre lo sensual que era el nuevo jefe. Y, aunque ella lo había notado, aquello solo lograba que sus ojos verdes se encontraran enumerando las atractivas cualidades del hombre. Lo que comenzaba a irritarla incluso más de lo que la irritaba su presencia allí y el haber estado equivocada durante semanas.

Debió haberlo escuchado cuando él dijo que estaba interesado en el bar y no dejar que su ascendente en Leo le hablara al oído.

Por otra parte, se había encontrado perturbada por la forma en que Harry, con el paso de los días, lograba acercarse a Luca, Marko y todos los empleados de Golden, excepto con ella. Pero tampoco podía culparlo. Ella, por poco, casi le gruñe antes de saber que él sería quien diera las órdenes e, incluso cuando él se lo advirtió, ella actuó como una endemoniada.

Cuando llegó el sábado, Arabella casi dio una oración al cielo porque la semana acabara y pudiera escapar de los ojos verdes que ahora hacían más que observarla. Los últimos cuatro días habían sido tortuosos, no porque su jefe hiciera algo, sino porque no lo hacía. Cuando se trataba de ella, él mantenía la distancia. Mientras que en ese momento, podía observar cómo, al entrar al bar, Harry se encontraba riendo a carcajadas con Marko.

«Maldito traicionero».

Cruzó el umbral con tranquilidad. Su reloj marcaba que faltaban cinco minutos para las seis de la tarde, horario de ingreso, por lo que dejó el bolso sobre el mostrador de bebidas. La mujer apoyó sus manos en la madera y se elevó, pegando su boca a la mejilla de su mejor amigo y luego, sentándose sobre la barra, observando a su jefe frenando su estruendosa risa ante su llegada.

Sintió el aire cortarse cuando sus ojos se chocaron, y ninguno supo cómo saludar, mientras Marko se encargaba de retar a la colorada, diciéndole que quitara su culo de la barra y se pusiera a trabajar. Sin embargo, la mujer tardó en romper el lazo visual, obligándose a observar al morocho con una radiante sonrisa de perlas blancas.

—Aún tengo cinco minutos, zorro embustero, sírveme un trago.

—Debes al menos diez horas solo por tus llegadas tarde del último mes—, dijo el morocho, aunque sirviendo tres tragos y entregándole el tercero al jefe, quien tomó el cristal entre sus dedos.

—Jefe nuevo, cuenta nueva—. Bromeó, ganándose una risa del nombrado y haciendo que su pecho burbujeara. Al fin, aquella sonrisa era dirigida hacia ella. Al fin volvía a tener su atención.

Pronto, los cinco minutos finalizaron, con un shot completo del trago que le habían servido, y entonces comenzaron los ensayos. Como cada vez, como la última semana, Harry desapareció de la visión de la mujer.

Aquel detalle estaba siendo molesto para la artista, quien se preguntaba por qué el hombre desaparecía de su visión cada vez que la banda se presentaba, justo antes del ensayo y justo antes de las diez de la noche. Sin embargo, no quería enterrarse demasiado en los pensamientos. No quería tener una razón más para que Styles siguiera en su mente.

Si el hombre no quería escucharla cantar, entonces ella cantaría más fuerte.

A Song for You | Harry Styles.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora