Tempestad

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El viaje fue tan tenso que Arabella tuvo que hacer un esfuerzo de voluntad para no quebrar en llanto. Había compartido otros ambientes tensos con el hombre, pero nada se comparaba con el ahora.

No volvió a llamarlo, porque sabía que era en vano. Tampoco volvió a verlo ni intentó tocarlo. Su cuerpo estaba completamente pegado a la puerta y su vista fija en la ventanilla, mientras observaba las primeras gotas caer del cielo, haciendo que el hombre cerrara el techo y el ambiente se volviera más intenso, claustrofóbico.

Se sentía culpable, frágil, rota y desesperada. Se sentía tan profundamente arrepentida que no había palabras que salieran de su mente para explicar lo mucho que lo lamentaba, porque sabía que nada funcionaría.

Había tenido la decencia de decir la verdad, incluso cuando todos sus sentidos estaban preparados para mentir, con la intención de seguir huyendo de su pasado. Pero entonces escuchó a su corazón y tuvo que arruinarlo.

Una vez había leído que el miedo hace que la gente quiera alejarse, correr, escaparse; un instinto natural de supervivencia. Aquella era la razón por la que en las películas de terror los protagonistas tendían a huir ante la primera aparición de peligro. El miedo y la necesidad de sobrevivir, de permanecer, esconderse, ocultarse.

En ese momento, todo su cuerpo le indicaba que debía hacerlo, su instinto de supervivencia le gritaba, pero tuvo que ser fuerte. Tuvo que ir en contra de todos los pronósticos, tuvo que frenarse ante el miedo y decirle basta, porque estaba cansada. Cansada de pelear, cansada de esconderse, cansada de mentir, cansada de todo. Cansada de vivir con miedo. Miedo a perderlo.

Entraron en el estacionamiento del edificio del castaño y un leve aire de esperanza se instaló en su pecho. Sin embargo, lo vio bajarse y caminar hacia el ascensor sin siquiera voltear a verla, mientras intentaba alcanzar con sus cortas piernas las largas zancadas que el británico daba al alejarse.

Él la observó cuando apoyó su espalda en el ascensor, analizando su rostro, su cuerpo y su aura.

«¿Siquiera la conozco?»

«¿Todo era un juego?»

«¿Algo fue real?»

El dolor de aquella pregunta se hizo dueño de su pecho afligido, mientras la observaba desviar la mirada con tanta vergüenza que el hombre quiso llorar por la respuesta.

Cerró los ojos y apoyó su nuca en el ascensor, con tantas preguntas en la cabeza que su cabeza comenzó a doler y sus oídos a pitar, haciendo que tuviera que masajearse las sienes.

«Ni siquiera sabía su nombre.»

— Harry —, la escuchó llamar, y su voz era tan dulce y suave que quiso besarla, porque su Sirena seguía siendo su debilidad, porque su voz seguía hipnotizándolo.

— Cuando lleguemos quiero que tomes tus cosas. Te dejaré en el departamento —, fue todo lo que dijo, sin abrir los ojos, sin emociones, sin respirar su perfume ni dejarse llevar por lo que su cuerpo le decía.

Ella asintió suavemente, pero él no pudo verla. Cuando el ascensor timbró, ambos bajaron y Arabella casi corrió hacia la habitación, limpiándose una lágrima suelta en su mejilla mientras caminaba por el pasillo hacia la habitación que apenas había conocido.

Harry caminó hacia la cocina y se sirvió un trago cargado, sintiendo cómo el aroma de la mujer había impregnado todo y ahora no podía respirar otra cosa que no fuera ella.

Se sentía estúpido.

«Anderson, por eso no la encontré. Arabella Anderson.»

Sintió los tacones hacer de anunciantes cuando la mujer estuvo frente a él, y entonces le hizo una señal con la cabeza, indicándole la salida, antes de golpear el vaso de cristal contra la mesada y caminar junto a ella, tocando el ascensor una vez más e ignorando por completo su presencia, su aroma.

El camino al departamento fue caótico. Arabella tenía miedo de no volverlo a ver y él no quería volver a hacerlo. Era débil, caería rápido, como un marinero en aquellas travesías que tanto le gustaba leer.

El ambiente era tenso y la lluvia comenzaba a chispear en las calles de Londres, como una profecía de la tormenta que se avecinaba entre ellos. El cielo oscuro acompañaba la tempestad en sus corazones.

Un trueno la hizo exaltarse y Harry la observó, pero no dijo palabra, manejando con velocidad y cuidado, encendiendo el limpiaparabrisas para poder tener una mejor visión, aunque sus ojos estuvieran a punto de nublarse por el enojo.

— Puedo explicarlo —, jamás la había escuchado con tanto miedo. Todo recuerdo de orgullo y reto se había borrado por completo de sus cuerdas vocales; todo recuerdo de su chispeante y vivaz personalidad estaba muerto. Solo quedaba miedo. Miedo y tristeza.

Él negó suavemente, cerrando los ojos un segundo y volviendo su vista al frente, sintiendo el sabor amargo de la mentira mezclándose con el licor que había tragado hace unos momentos sin siquiera respirar.

Debía ser firme.

Arabella miró hacia el frente y sus ojos siguieron la tormenta, mientras sus manos se aferraban con fuerza al bolso que tenía en las manos, como si fuera lo único que le quedara y lo único que la mantuviera entera.

Sus lágrimas fueron percibidas por el hombre, quien la observó un instante, sintiéndose culpable, pero tan herido que no flaqueó.

Ambos estaban lastimados, pero era culpa suya. Ella había mentido, ella le había mentido.

El auto se estacionó bajo la tormenta y entonces Harry presionó el botón de desbloqueo de puertas, dándole el indicio a la mujer de que ese era el fin del recorrido.

Lo observó, rígido, mirando hacia adelante, con sus hermosas manos sosteniendo el volante, listo para irse, sin apagar siquiera el motor. Necesitaba huir de allí.

Respiró profundo y abrió la puerta, colocando su pie en el suelo de la calle, lista para irse. Se inclinó y estuvo a punto de bajarse cuando sintió el tacto del hombre en su muñeca, impidiéndole la salida.

Su cuerpo reaccionó tan rápido que estalló en llanto en ese mismo instante, dejando ir las lágrimas que había estado aguantando durante todo el trayecto. Era débil ante él, había caído, de la manera más tenaz y profunda en la que había caído alguna vez, y ahora sus propias mentiras lo estaban arruinando.

Se había convertido en el Christian de su relación con Harry. No le había sido infiel, pero le había mentido, ocultado y engañado de formas que ella no se lo perdonaría.

Lo miró y él la estaba mirando también, conectando los frondosos y oscuros bosques que ambos compartían. Verde con verde, oscuridad, miedo, tristeza y desamor.

No quiso sentarse. El hombre solo la observaba, congelado, analizándola y peleando internamente con millones de cosas que quería decir, pero que no dijo.

Ella suspiró y alzó el rostro hacia la lluvia, mezclándose con sus lágrimas de arrepentimiento. Y entonces escuchó su voz.

— ¿Hay algo más que me hayas ocultado?

Ella sollozó en respuesta y él lo entendió. Todo estaba roto. La confianza desapareció y la tristeza se adueñó de los ojos verdes que tanto la habían torturado, pero que la habían llenado de vida.

La soltó.

Ella casi se derrumbó.

Él se hundió en su miseria.

Caminó lejos y él arrancó.


A Song for You | Harry Styles.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora