Sorpresas

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Ninguna sensación se comparaba con la suave voz de su Sirena; Harry lo sabía.

Había sido su voz la que lo había hipnotizado desde el primer momento. Él podía recordar con exactitud el momento en que sus oídos bebieron cada palabra como un hombre sediento en el desierto.

A través de la música, había descubierto algunos rasgos de la personalidad de la muchacha. Lo primero que supo fue que era una mujer apasionada y profunda. No se parecía en absoluto a las mujeres de la alta sociedad que solían rodearlo, superficiales y artificiales, brillantes, pero tan reales como un diamante de plástico.

Otra cosa que había descubierto es que su pasado todavía la perseguía. Era un pasado lleno de secretos, de cicatrices y sorpresas que ni siquiera podían llegar al alcance de su cerebro. Una probada de eso lo había encontrado en las letras de sus canciones y luego había tomado otra cucharada cuando finalmente la mujer abrió su corazón por primera vez y le contó sus miedos.

Había muchas cosas que quería aprender de Arabella, había mucho que entender, mucho de dónde agarrar y más que disfrutar: sabores, texturas y colores que jamás había visto.

Una de las cosas que Harry no sabía es que Arabella, en sus días libres, se encerraba en una sala de ensayo y vocalizaba durante horas con una profesora particular.

Su voz era un talento inigualable y natural, como respirar. Sin embargo, ella se encargaba de estimularlo y empujarlo más allá de sus límites, incluso de aquellos que ella misma se había impuesto a través de su cerebro, su mayor enemigo.

No era un secreto que su aspiración iba más allá de el bar en el que cantaba y trabajaba de jueves a domingos. Sin embargo, había tantos aspectos de su personalidad que aún la mantenían atrapada que, si no pusiera empeño en mejorar cada día, es posible que se sintiera atascada.

Cuando Arabella entró por primera vez al Golden Bar, se encontró con una banda sin vocalista, y allí vio una oportunidad. Sus cualidades para el puesto estaban sobrecalificadas, ella lo sabía más que nadie. Había sido torturada por años en Yale, empujada por su familia y las presiones de una sociedad que buscaban desesperadamente una heredera calificada.

Eso no importó, puesto que no presentó sus estudios para tomar el puesto; en su lugar, presentó una documentación de no buena procedencia, realizada en un galpón oscuro en Estados Unidos. Había costado unos cuantos cientos de dólares y varias influencias, pero ahora el apellido Maxwell y su cabello rojo eran un excelente escudo para evitar el radar de los Anderson.

Su padre la había buscado por años. Lo sabía por su informante en Los Ángeles (Luisa), y también conocía con exactitud las diferentes pistas incorrectas que le habían entregado. Ella se había encargado de falsificarlas antes de entregar los informes de los diferentes detectives privados. Según cada uno de ellos, y gracias a la brillante imaginación de Luisa, su paradero terminaba en Timbuktú.

Aún podía recordar el momento exacto en que recibió la llamada de su amiga. Jamás la había escuchado reírse tanto. Excepto aquella vez cuando se enteró de que Christian dependía financieramente de su hermana después de que su padre le quitara su herencia por una mala inversión. O eso era lo que las malas lenguas decían. Luisa creía que se trataba de sus imprudentes apuestas en caballos.

Arabella estaba segura de que, aunque su padre y hermana ya lo supieran, aquel matrimonio se realizaría igual. Al final de cuentas, fue un escándalo mediático que Christian Rowe se comprometiera con la hermana pequeña y no con la mayor, como se tenía previsto. Ocho años de relación mediática y privada no significaban nada. Luego de cuatro meses de una relación al público, anunciaron su compromiso y todos los medios estadounidenses estallaron ante el chisme.

A Song for You | Harry Styles.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora