Vértigo

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Se repitió varias veces a sí misma que su rostro no debía mostrar ningún sentimiento; sin embargo, dentro de ella una tempestad se formaba, dejando una sensación de vértigo y vacío en su estómago. Se preguntó por qué se encontraba de ese modo, evaluó las posibilidades y las descartó tan rápido como afloraron en su mente, queriendo empujar lejos cualquier rastro de interés o celos que pudiera pertenecer al hombre que rondaba en su mente y a quien se había obligado a odiar.

La mesa número trece estaba a cargo de Arabella y, aun así, se debatió si debía llamar a Selena, otra de las meseras, para que se hiciera cargo de ella. También se preguntó si era posible que aquella extraña relación en la que su jefe y ella se había convertido fuera realmente consecuencia de la presencia de aquella morocha en su vida; sin embargo, rápidamente descartó esa idea. Al fin y al cabo, ellos jamás habían tenido una buena relación que perder.

Arabella quería entenderlo, quería saberlo todo, y aquello comenzaba a sacarla por completo de sus casillas, pues se había prometido a sí misma no involucrarse con hombres que pudieran convertirse en el centro de su obsesión y adoración, como había sucedido en el pasado.

Harry caminó con tranquilidad por el bar y, entonces, apartó la silla elegantemente para Kendall, a quien conocía desde hacía años debido a la estrecha relación que tenía su familia con la de la morocha. Él sabía que los ojos de la banda se encontraban clavados en ellos y en cada uno de sus actos. Sabía que al día siguiente, o incluso esa misma noche, estaría siendo interrogado por los empleados ante la presidencia de su invitada, aún más cuando él mismo había sido quien había prohibido cualquier tipo de amorío dentro de aquel bar y ahora se presentaba en el lugar con una mujer a su brazo. Sin embargo, Harry era el dueño y existían ciertas líneas que él podía cruzar, o eso le gustaba pensar mientras observaba desde lejos a su empleada favorita.

Arabella se encargó de recibir a cada uno de los presentes, dirigiéndolos a las mesas e ignorando por completo el hecho de que el dueño de Golden estaba esperando ser atendido en su mesa regular, junto con la morocha que ella intentaba ignorar con muy poco éxito. Se encargaba de asignarse tareas que no le habían sido asignadas e incluso realizaba aquellas a las que se había negado en el pasado, con la tarea de no cruzar una sola mirada con la morocha que robaba toda la atención que jamás había sido dirigida hacia ella. Ahora lo sabía.

Fue entonces cuando Marko la llamó y Arabella acudió ante él, recibiendo una comanda que la mujer tomó rápidamente. Ella miró los ojos profundos de su amigo y deseó con todo su corazón que él no pronunciara aquellas palabras. Sin embargo, sabía que no podía seguir ignorando aquel encuentro que había estado evitando durante treinta minutos, quitándole cualquier rastro de paciencia al imponente dueño de Golden.

Arabella realmente quería negarse, pero no quería que le preguntara por qué. No quería que nadie le hiciera preguntas que ella misma se había hecho y de las cuales tenía respuestas que no quería revelar.

La cabeza gacha y la mirada apartada no fueron desapercibidas por Harry, cuando Arabella se presentó ante la mesa y dejó dos vasos en cada lugar. No abrió la boca. No la escuchó decir nada inteligente y tampoco logró encontrar en sus ojos una pizca de aquella rebeldía que tanto le gustaba, y que tanto lo había atraído a aquel lugar.

Él jamás lo admitiría, pero aquella actitud de Arabella había envuelto su interés al punto de que su obsesión por aquella cantante de bar se convirtió en una perdición tan profunda que lo había llevado a comprar aquel bar, el cual ahora era el centro de su atención, robándole presencia en los demás negocios de éxito que tenía en el resto de la ciudad y el país.

Harry Styles era un empresario reconocido y exitoso, pero se encontraba atrapado en unos ojos insolentes y una boca que solo podía soltar palabras de rechazo hacia su persona, y era justamente aquello lo que más le gustaba.

Harry tomó la mano de Arabella cuando esta se dispuso a irse, y entonces sus ojos chocaron. Sus piernas flaquearon y sus dedos picaron ante el contacto. Arabella recorrió sus facciones y se preguntó nuevamente por qué debía ser aquel hombre tan condenadamente atractivo como insoportable. Miró sus ojos con una mirada penetrante y fija, el desafío revivió cuando apartó su mano de forma tan brusca que incluso una comisura masculina se alzó, encontrando aquello que a él le fascinaba y deseaba provocar.

—Por favor, tráenos la carta de bocadillos —dijo su voz gruesa, con su elegante acento inglés, haciendo que la mujer mantuviera sus ojos fijos en su boca roja antes de salir del trance y pasar su mirada por la morocha que lo acompañaba, y que, desde aquella cercanía, la mujer pudo reconocer a la perfección.

Asistió, no dijo nada. Tragó saliva y salió hacia la barra, tomando las carpetas de cuero negras y estrellándolas pronto sobre la mesa de madera redonda, donde la pareja se encontraba sentada.

Realmente, su mente la estaba volviendo loca. La colorada se encontraba en aquella etapa errática en donde odiaba su propia personalidad y deseaba cerrar con llave aquella parte de su mente en la que sus pensamientos y análisis le pertenecían a él. Solo había alguien que hacía que esos pensamientos desaparecieran, y Harry había dejado en claro que no quería verla en aquel lugar.

La confusión en su mente y la revolución en su cuerpo solo dictaban una cosa: una que deseaba ignorar, enterrar y esconder debajo de todos los escombros que comenzaban a caerse de sus fortalezas.

Nuevamente, e ignorando cualquier tipo de sentimiento, la colorada se obligó a no ser débil ante ningún hombre. La marea en su interior de pronto se transformó en un fuego abrasador e imposible de controlar. El vértigo y el vacío fueron reemplazados por otra cosa, una que ella conocía tan bien que incluso la abrazó como una vieja amiga, una que la ayudó a interpretar tan bien sus canciones que, incluso cuando sus ojos chocaron contra los del dueño de las llamas, pudo verlas reflejadas en ellos.

Los necesitaba y los odiaba. Los quería y los despreciaba. Los extrañaba y deseaba jamás volverlos a ver.

Cuando se dio la hora del cierre, Arabella pudo ver con sus propios ojos cómo el hombre besaba la mano de su acompañante y esta se subía a un auto que él mismo abría para ella, donde ambos partieron para seguir la velada. Apartó su mirada y él dejó que el fuego se convirtiera en hielo. Eligió que sus pensamientos fueran reemplazados por el mismo tipo de distracción en la que Harry caería aquella noche. Nuevamente, el llamado fue atendido por Zayn y el objetivo fue cumplido, una noche más donde apagó su mente y se convirtió en la misma mujer sin sentimientos que utilizaba su cuerpo y el contrario para satisfacer sus necesidades carnales y dejar ir cualquier preocupación fuera de su mente, ahogándose en un fuego diferente.

A Song for You | Harry Styles.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora