Guerra

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El silencio inundó el bar en el momento en que Arabella lo abandonó y perduró por los siguientes dos días, al menos entre ellos.

Una vez más, Harry sentía envidia por Marko y Luca, quienes conversaban animadamente con su Sirena mientras estaban a punto de ensayar, e incluso de Darién, quien, aunque estuviera cerca de los 40, parecía mucho más interesante para Arabella de lo que él pudiera ser, mientras pretendía ver algo en la computadora.

Todos los empleados de Golden Bar sabían del retorno a la guerra entre los protagonistas; sin embargo, ninguno se esperaba aquella batalla de silencio en la que ambos se habían sumergido. Desde hacía dos días, la cantante no recibía siquiera una sola orden de quien seguía siendo su jefe.

Los clientes comenzaron a llegar poco después del inicio de la jornada y Harry se encargó de ayudar a Marko cuando notó que todo el lugar se estaba llenando incluso más de lo habitual, logrando que necesitaran un par de manos extra para preparar los tragos. Desde la cocina se escuchaban ruidos constantes y ajetreados, y en el gran salón, los hábiles dedos de Darién llenaban el ambiente con hermosas notas a piano, que ayudaban a mantener la armonía del lugar.

Arabella caminaba de un lado a otro, completamente desbordada en el trabajo y con el pelo recogido en una coleta alta que dejaba al descubierto su cuello, que Harry no podía permitirse dejar de mirar. Esta vez no porque hubiera marcas, sino que de su mente no podía salir aquella tortuosa imagen en la que el hombre, que ahora sabía se llamaba Adrién, la besaba.

Aquello solo enfureció más al dueño de Golden, quien intentaba seguir la receta de un gin-tonic de frutos rojos, mientras trataba de ignorar el hecho de que ese era el sabor del labial que había visto a Arabella ponerse antes de sus presentaciones.

Un suspiro llegó a los labios de él mientras colocaba las últimas moras y entonces Marko decidió romper sus pensamientos, colocando una de sus manos sobre las pinzas y apartando al dueño del bar para poder decorar el trago, que había salido impecable hasta ese momento.

— ¿Seguirán en guerra fría?

— ¿De qué hablas? —intentó sonar convencido mientras tomaba el pedido de una pareja.

— No soy estúpido, y estoy seguro de que tú tampoco.

«Estoy seguro de que Arabella discreparía en eso».

— Me merezco algo peor que la guerra fría, tenlo por seguro.

— ¿Qué es lo que hiciste?

El silencio volvió a llenar el ambiente mientras Harry pasaba dos cervezas y agradecía la propina, colocándola en el frasco a lo alto del bar.

— Saqué a patadas a un idiota que trajo el miércoles.

— Harry —, dijo Marko en tono de reproche.

— No, ya lo sé. Ya me he reprendido lo suficiente, no hace falta que digas más.

— Harry, debes decirle.

— ¿Decirle qué? No seas imbécil.

— Lo obvio, Harry. Ella merece saberlo, el porqué actúas así, como un idiota.

— Actúa como idiota porque es exactamente lo que es, y agradecería que no hablaran sobre mí y se pongan a trabajar. Estamos llenos de trabajo y ustedes parecen dos adolescentes de secundaria—, la voz de Arabella los exaltó y los sacó completamente de su conversación, logrando que Harry se sintiera aún más estúpido, si aquello fuera posible.

Harry no dijo nada, puso las manos en acción. Sin embargo, Marko alzó una ceja ante lo gracioso de la escena. Harry estaba siendo sumiso ante las órdenes de una de sus empleadas.

Fue solo cuando los pedidos calmaron que Arabella y la banda pudieron tomarse el tiempo de dejar sus actividades culinarias y encargarse del entretenimiento. Esta vez, el dueño de Golden Bar quedó detrás de la barra, mirando con ensoñación a la dueña de sus pensamientos más profundos.

Las canciones terminaron y, finalmente, pasando las 3:00 a.m., fue que Harry decidió finalizar la guerra fría.

— Te paso a buscar a las 12, si te parece.

— Retrocede, ¿de qué me hablas? —preguntó con confusión en su rostro, aunque Harry no estaba seguro si la confusión era por sus palabras o por el hecho de que estuvieran dirigidas hacia ella.

— Mañana, nos iremos a la cabaña. Te lo mencioné el miércoles.

Arabella creyó que se trataba de un chiste, por lo que rió, con amargura en su garganta; pero Harry no pareció entender la gracia, por lo que su rostro permaneció serio, alertando a la cantante.

— No iré, Harry.

— Dijiste que lo harías.

— Sí, lo hice, antes de que te comportaras como un mono neuronal.

Harry ignoró el insulto y pasó una mano por su cabello, echándolo hacia atrás con un bufido molesto.

— Dijiste que irías y le dije a mi madre que irías.

— Pues también debiste decirle que parió a un imbécil, sin embargo veo que también se te olvidó.

— Arabella, por favor. Ya basta.

Ella decidió que era suficiente, por lo que se colocó el bolso en el hombro y se dispuso a salir, siendo frenada por las manos de Harry, quien tomó su muñeca con suavidad, atrayéndola al mundo real, no al reino de paredes y dragones custodiando su corazón. Al mundo donde ella caía más profundo a cada segundo, por él.

La realidad donde su cuerpo reaccionaba al cuerpo ajeno como si aquél tuviera todos los anticuerpos que lograban hacer sanar el dolor de su alma. Aquella que la dejaba horas soñando con el corazón latiendo rápido y sus ojos anclados a los ajenos, como si allí pertenecieran.

Sus piernas se debilitaron y su garganta fue atravesada por un nudo que no le permitió replicar, consciente del ámbito estratosférico en su interior. Levantó su vista y se encontró con los ojos suplicantes de su jefe, tan profundamente arrepentidos que incluso se sintió culpable por haber sido tan dura.

— Yo te llevo a casa, es tarde. No deberías estar sola.

Su lengua estaba adormecida y no le permitió negarse, por lo que simplemente asintió, mientras veía al hombre colocarse su gabardina café y tomar sus llaves.

Caminaron hasta el auto del mayor, en completo silencio. Solo que esta vez, Arabella no le permitió que él abriera la puerta para ella. Entró y encendió la radio, queriendo llenar con canciones aquel silencio que una vez más se sentía tenso.

— Cinturón, Arabella —recordó, y entonces ella rió, accionando ante la orden.

La colorada apoyó su nuca en el asiento y cerró sus ojos, agradecida por no tener que caminar esas cuadras sola en ese horario y con esas botas, e internamente agradeció que su jefe no se comportara como un tirano la mayoría del tiempo.

Harry, por su parte, se sumió en sus pensamientos y en la forma en la que se suponía debía informarle a su madre que Arabella no se encontraría presente el fin de semana.

Reprimió sus ganas de suplicar, de pelear y replicar cualquier tipo de discusión; sin embargo, aquello no fue completamente necesario.

— ¿Qué debería llevar en la maleta?

Harry sonrió, no solo porque pasarían un fin de semana juntos, sino también porque esperaba que aquello fuera el final de aquellos días de sombras.

A Song for You | Harry Styles.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora