Consecuencias

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Cuando el auto de Harry aceleró, la mujer se desmoronó en la vereda, debajo de la lluvia, completamente rota.

En su interior, sabía que todo terminaría mal. Toda su historia había comenzado en los cimientos de una vida de mentira que ella misma se había creado para escapar de la realidad, y aquella mentira había quedado expuesta por los muros que el hombre había derribado, uno a uno, sin saber adónde lo llevarían.

Se odió a sí misma, en el suelo de mármol, se culpó por todo. Al fin de cuentas, esta vez era su culpa y ahora no había nadie de quien huir, porque ella era su propia enemiga.

Cuando sus piernas dolían y el frío de la tormenta la hizo tiritar, decidió que había sido suficiente. Subió al ascensor con el alma arrastrándose detrás de ella.

Dejó el bolso en la sala y cayó en la cama, completamente empapada de pies a cabeza, rompiendo en llanto mientras los truenos de la tormenta musicalizaban su dolor, su pérdida.

Sus ojos dolían y su cuerpo entero ardía por el desprendimiento de aquello a lo que se había acostumbrado. El duelo era profundo y sangraba por su culpa.

Mientras la tormenta seguía, la mujer se quedó dormida en una cama vacía, con aroma a él. Se sentía vacía, triste y sola. Se sentía culpable y terriblemente hipócrita. Había culpado durante años la traición de su hermana y Christian, pero al final, ella no era diferente a ellos.

Al despertar, el cielo parecía haber olvidado por completo la colisión de la noche anterior. El brillo del sol era espléndido, y el dorado entraba por sus ventanas, recordándole todo aquello que había tenido y perdido.

Era lunes, y Harry tuvo que enfrentarse a una mañana llena de reuniones, conferencias y análisis que ni siquiera fueron eficientes para mantenerlo alejado de Arabella y las miles de preguntas que aún estaban sin resolver.

Pasado el mediodía, cerró su computadora con frustración y pasó sus manos por su cabello, molesto de que incluso su propio cuerpo le recordara a la colorada.

Caminó fuera de la oficina, se despidió de su secretaria, subió al ascensor y encontró su auto minutos después. Se alejó de ese lugar y se dirigió hacia su departamento, destino que ahora también parecía burlarse de lo increíblemente inocente que había sido al creer que alguna vez Arabella se abriría con él.

Se rió, carente de gracia, puesto que el chiste era él. Se concentró en manejar mientras la música sonaba sin palabras que pudiera entender en absoluto. Ni siquiera podía escuchar música sin pensar en ella, y ahora se sentía como un completo desastre. Había caído demasiado rápido y sin límites, sin frenos. Esas eran las consecuencias.

Frenó en su departamento y bajó, entrando al edificio y dirigiéndose sin escalas hacia el bar individual que contenía sus licores más fuertes. Se sirvió una copa, que luego se convirtió en dos, luego en la completa, y finalmente en un atado de cigarros que había estado escondido por la casa después de la visita de Liam, un buen amigo.

Miró el teléfono. No había mensajes, no había llamadas, y no podía culparla, pero igual lo hacía. De alguna forma, él sentía que ella debía justificarse, pero él no le había dado la oportunidad.

Llena de tristeza y con el corazón roto, Arabella se había aferrado a lo único que aún le pertenecía: la música. Escribió sin descanso mientras sus manos dolían y su corazón parecía vaciarse sobre esas hojas.

Renunció después de la tercera canción, sintiendo el infierno de las lágrimas secas en sus ojos cuando ya no había más nada que derramar, excepto dolor.

Tosió y se observó. Aún tenía el vestido húmedo de la tarde anterior, y su cabello era una maraña de rulos sin ningún sentido. Incluso parecía que había perdido algunos tonos.

«Él ni siquiera sabía que ella era rubia», rió con amargura por ese pensamiento.

Se duchó, intentando quitarse todo el frío de la noche anterior y sus músculos tensos. Sin embargo, aquella fue una excusa más para poder volver a llorar. Estaba rota, y la fortaleza que antes parecía haberla descrito ni siquiera parecía haberla acompañado en su triste existencia.

El frío no se fue de ella, y se preguntó si aquello era a causa de la falta del calor de su novio. Pero luego cayó en la realidad: no merecía seguir pensando en él como eso. No era merecedora, nunca lo había sido.

Sufrió en silencio en su cama, mirando la camisa que ella se había llevado en el bolso del departamento, y se aferró a ella, oliendo el aroma que había perdido en su piel, sintiéndose miserable por estar consolándose de esa manera, como si lo necesitara para respirar.

Ninguno almorzó ese día, tampoco cenó por la noche, y aunque en ese momento pareció correcto, cuando se levantaron al día siguiente, las consecuencias parecieron estar burlándose en sus caras.

Harry vomitó, como si fuera un adolescente. Su estómago se volcó en el retrete, mientras le recordaba que había sido lo suficientemente idiota para no ingerir nada más que licor en día y medio. Entonces notó que lo último que había comido había sido aquel almuerzo accidentado en la casa de su padre.

Arabella, por su parte, se convirtió en una masa de mocos y tos, lo que la obligó a beber algo caliente por primera vez, haciéndole rugir el estómago del hambre. Lo silenció con unas cuantas galletas de chocolate y una fruta que había estado en su heladera desde la última vez que Harry había dormido con ella.

Su tos se vio interrumpida cuando el timbre sonó, y su corazón se iluminó con la esperanza de que fuera él.

Corrió apresurada hacia el intercomunicador, y la voz de Luca la hizo entristecer. Le permitió el acceso a la casa y se tiró en el sillón, esperando a que subiera por el ascensor. Se presentó frente a ella, mirándola como quien observa a un paciente con enfermedad crítica.

—¿Qué mierda te pasó?—, pero entonces rompió en llanto, y todo su cuerpo colisionó cuando él la abrazó, sin entender nada, pero sosteniéndola cerca de su pecho, intentando reconfortar su alma en pena.

A Song for You | Harry Styles.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora