III

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Capítulo 3
La puerta del infierno

Theo

No encontramos a nadie después de traspasar al portal. Los guardias de Ragnus tenían ese maldito portal directo a Atanea desprotegido, y aunque eso me convenía en aquel momento, estaba mal. Muy mal.

Las calles de Ragnus estaban igual que siempre; oscuras con puntos brillantes flotando; parecían estrellas bajas. Todo muy romántico y misterioso para alguien a quien le importara. Su población no avanzaba en el desarrollo de ropa, porque desde que era niño hasta ahora seguían usando esas absurdas túnicas de colores encima de lo que fuera que llevasen debajo.

Los ragnunianos nos miraban. La última guerra me había hecho algo así como famoso. A su vez, se había corrido la voz y muchos sabían que era novio de la princesa más poderosa de todas. Y la más hermosa. Entre el gentío, incluso algunos me tomaron fotografías, cual paparazis desesperados, y algunas mujeres me sonrieron ruborizadas, coquetas y descaradas.

Me irritaban, mas no las culpaba por su buen gusto.

Necesitaba llegar a la base de operaciones de Ragnus para robar algún permiso y así entrar a la zona de la entrada hacia la infradimensión. Esa zona la estarían custodiando como corresponde.

Pasamos por fuera de un bar lleno de lucecitas ridículas y gente bebiendo tanto en el exterior como dentro. Tres años después todavía celebraban el fin de la guerra, a pesar de los grandes terremotos.

Una castaña salió con una bandeja con tragos de muestra y nos ofreció.

—No, gracias —le respondió Keyla a mi lado, pero la chica insistió, cortándonos el paso—. No queremos bebidas, muchas gracias.

La chica hizo caso omiso otra vez, y casi me puso la bandeja bajo la nariz.

—Aprovechen a hacer una pausa, la casa invita. —Sus ojos se posaron en mi entrepierna.

Maldita sea.

—No queremos de tus putas bebidas —le bramé con impaciencia. La chica se sobresaltó—. Se las pasan en grande con su alcohol y lo que sea que le echen, lo sé, pero no nos interesa. ¿Ahora sí entendiste o necesitas que te lo escriba? —Sonreí tan falso y apretado.

Noté que Keyla se tragaba la risa y le agradeció a la insistente por última vez.

—Acabas de romperle el hechizo de amor platónico a esa pobre mujer —comentó al alejarnos—. Se nota que babeaba por ti. Por poco le salían corazones por los ojos al mirarte.

—A nadie le importa.

—Bah. Salió del bar a ofrecernos bebidas gratis.

Curvé los labios hacia abajo y sacudí el hombro con desinterés. Doblamos por una de las calles principales que estaba decorada de lado a lado con luces colgantes y más cantidad de estrellas flotantes innecesarias.

—Me importa una mierda.

Keyla se calló por un momento mientras caminábamos hacia la base. El silencio incómodo que se produjo entre nosotros me hizo adivinar que se estaba conteniendo.

—Habla —le gruñí, intentando descifrar hacia qué dirección estaba la maldita base de operaciones.

Keyla suspiró y se acomodó las correas de la mochila.

—Supe que destruiste el ochenta por ciento de los jardines de la mansión el día que los limites se cerraron —comentó sin anestesia.

Me tensé. Las sienes comenzaron a palpitarme. Incluso perdí el foco del camino por un momento.

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