XXXVIII

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Nota: recuerden que este es el borrador. En la versión final se pulió la historia y los errores, algunas escenas y diálogos cambiaron. Gracias por leer. Por favor, comenten.

Capítulo 38
El ascenso de las tinieblas

Claire

Este era el momento que temíamos.

Corrimos hacia el frontis del castillo. No lo pensamos ni un segundo; era nuestra oportunidad para detener a Ardat antes de que lo destruyera todo.

¿Cómo lo haríamos? Improvisando, como siempre.

En el camino nos encontró el resto del equipo: Shira, Damien, Hannah, Okke y Mike. Todos heridos en algún grado por la batalla previa contra los sin reino.

Excelente estrategia de Ardat; debilitarnos antes de aparecer.

Cobarde.

El rey Tyrone ya estaba en el frontis cuando salimos, mientras las enormes multitudes corrían despavoridas hacia todas las direcciones.

—¡Llévala a la mansión! —le rugí a mi hermano cuando encontré su rostro en la multitud—. ¡Salva a la reina!

Mi abuela estaba pálida y, rodeada de sus guardias, intentaba gritarme algo. Ethan dudó unos segundos, queriendo quedarse.

—¡¡Ve!! —rugí casi afónica, y esta vez Ethan obedeció; pasó el brazo por los hombros de Eloise, y se perdieron en la niebla grisácea que lo oscurecía todo. Mi abuela giró la cabeza hacia mí una última vez.

Los guerreros de Casterra se quedaron en el lugar; eran escasos y apenas tenían armas útiles. Poco a poco fueron llegando guerreros de Atanea a través del portal, pero como era estrecho, se nos unían de a gotera.

Algunos gobernantes y directores se quedaron allí; el presidente Douv de Azgar, y Uriel, el Director de Ataque de Atanea, entre ellos.

Arturo Jatar bramaba furioso en todas las direcciones: ordenó que evacuaran la capital del reino, que vinieran todos guerreros que pudieran, que protegieran a los reyes, reinas y presidentes, que los jefes de escuadrón tomaran posiciones, que los directores hicieran su trabajo, que prepararan las armas de artillería e ingeniería, y una larga lista que no terminaba nunca.

Theo y Max hicieron cosas parecidas; guiando y estructurando a los guerreros y agentes de Casterra y a los que llegaban. Ordenaban filas, preparaban ataques, tomaban puntos de defensa.

La capital de Casterra quedó a oscuras por la niebla tibia que cubrió tanto las calles como el cielo.

Me posicioné a unos metros de la grieta que se extendía en varios metros, de la cual seguía emergiendo la niebla como si fuera un volcán estallando.

Rayna se posicionó a mi izquierda, con la empuñadura de su espada bien agarrada. Al mi otro lado se detuvo Damien con el látigo de Nyx. En el extremo se paró Okke y su tridente, pálido.

Tronó una risa tan tenebrosa como satisfecha, una que me produjo un escalofrío hasta los huesos. Allí, entre la niebla espesa, algo brilló como sangre líquida, algo que relucía a través de la densidad: un par de enormes iris color sangre, mucho más brillantes que los de Leena o Areen. Y, a continuación, apareció una dentadura blanca y afilada.

Mi corazón se saltó cinco latidos y el aliento se me evaporó.

—Mis herederos —salió por esa dentadura. Su voz era vieja y hacía eco en todos lados—. Qué noche más placentera —agregó, y la niebla se disipó de su alrededor.

Corona celestialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora