VI

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Capítulo 6
La casa de las gazanias

Claire

Parpadeé ante la declaración de mis amigos y me vi en el reflejo de una ventana, iluminada por la luz de emergencia del antejardín; ahí estaban esos iris de dorado líquido, brillando, anunciando que no era humana y que guardaba un poder extraño.

Al volverme, vi que un hombre cargaba a su pequeño hijo porque tenía la frente ensangrentada.

—¡Le cayó una lámpara encima! —le aulló a un vecino.

Algo explotó dentro de casa, y al mismo tiempo en otras casas, luego toda la calle quedó a oscuras. Solo quedaron visibles las chispas de los cables que se soltaron producto del drástico temblor.

Se produjo un corto silencio, escuchándose nada más que las bocinas y alarmas de las ambulancias y bomberos a lo lejos, e inmediatamente después se desató otro griterío de pánico colectivo.

—No importan mis ojos, tenemos que ayudar. —Me aventuré hacia la entrada de la casa, pero el marco de madera de la entrada se derrumbó antes de que llegara.

—¡Ni se te ocurra entrar! —gritó mi padre al alejarse corriendo para auxiliar a una anciana que salía con dificultad de la casa de al lado.

Mamá corrió hacia otra dirección a asistir a una madre soltera de cuatro niños.

Observé a mis dos amigos en la palpitante oscuridad y ellos a mí. La gente necesitaba agua, vendas, desinfectantes, frazadas, abrigos. Y los animales que vivían con ellos también. No sabía qué hora era, pero aún no había amanecido.

Supe que Rayna tampoco se quedaría sentada esperando la ayuda del colapsado sistema de emergencias de la ciudad.

—Por la puerta trasera —siseó mi amiga.

Saltamos el pequeño cerco que daba acceso al patio trasero, y Mike nos siguió.

—No —intervino él, agarrándome el brazo—. Yo entro, tú te quedas fuera.

Rayna bufó.

—Tú no puedes crear un escudo de luz, ¿o sí, Johnson? —replicó ella.

Dejé que el zumbido de mi pecho se deslizara hacia mis brazos, mis manos, piernas y abdomen, hasta que estuve rodeada de un aura dorada que poco a poco se tornó más nítida.

Me sentía extraña por dos razones. Una era porque, desde hace tres años, podía contar con los dedos de una mano las veces que había usado el poder. Y dos, porque mi poder ya no era el de antes; estaba más inestable después de haber tocado el núcleo de dioses y de casi haberlo explotado todo para matar a Krishna.

—Presumida —me gruñó Mike.

—La que puede puede —refutó Rayna.

Abrió la puerta trasera de mi casa —que siempre estaba cerrada con seguro—, pero para ella no era ninguna clase de esfuerzo abrirla de todas formas.

Me ruboricé sonriéndole a Mike.

—Lo guardo solo para ocasiones especiales.

Él meneó la cabeza.

—Lo que usted diga, alteza. —Hizo una reverencia, sabiendo que las odiaba.

Rayna sacó la cabeza de dentro de la casa con expresión de horror.

—¿Qué...? —murmuré asustada, pensando que tal vez había un humano o animal desconocido muerto en el interior.

—Se rompieron todas las botellas de ron —jadeó con los dientes apretados.

Corona celestialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora