XLV

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Capítulo 45
La visita

El fin de la batalla otorgó una pausa lúgubre y aliviadora. El fin de la peor guerra del último siglo que se relataría en los libros de historia más adelante.

Comenzó a llegar la ayuda de otros reinos, tanto de guerreros como de auxilio médico. Para entonces ya no quedaba más que capturar a los infernales y a los sin reinos sobrevivientes, recoger los cuerpos, ayudar a los heridos, y despedir a los que desprendían su último aliento.

Me quedé mirando el lugar donde Tyrone había desaparecido. Solo quedaba una mancha negra. Ni siquiera quedó un rastro de su sangre. Uriel, el Director de Ataque, estaba de pie allí, observando ese mismo punto con cara de piedra. Mi mirada hizo levantar la suya, e inclinó la cabeza con firmeza antes de unirse a la ayuda.

Las únicas palabras que salieron de mi adolorida garganta fueron para Theo una vez que él terminó de dar indicaciones, órdenes y de hablar con más agentes de ataque de nuestro reino. Lo primero que le pregunté fue por mis padres, por el hermano de Rayna, y por los familiares de Okke y Damien. Theo me explicó, luego de cerciorarse, que nuestras familias estuvieron a salvo en el momento en que el escudo de auras apareció; eso hizo cortar la conexión de Ardat con las mentes que corrompía. Así, los secuaces que tenían a nuestras familias se quedaron sin comunicación con él, no supieron cómo actuar, y posterior a eso fueron reducidos.

Lo importante es que ahora estaban a salvo. Casi todos. Habían asesinado a Betty.

Shira estaba muerta. Tyrone estaba muerto. Y otros cientos de vidas hummons fueron eliminadas esa noche.

Mi mano temblorosa se posó sobre la cabeza de Inago cuando este me golpeó los dedos con su nariz.

Hannah se abrazaba las rodillas en el suelo, cerca de mí, tiritando. Su pelo trenzado estaba hecho un desastre, con varios rulos que escapaban de su peinado. Mike la arropó con una manta y le tendió una botella de agua, pero ella no levantó la cabeza.

Damien fue rodeado por los guardias reales de Ragnus que arribaron a Casterra, y revisaron al príncipe de forma efusiva. Después él y su madre se encontraron en un tenso abrazo.

Arturo Jatar todavía rugía órdenes cuando lo posicionaron arriba de una camilla para que los médicos de emergencia detuvieran las hemorragias que poseía en un brazo, en el cuello y en las dos piernas. Querían hacerle exámenes de imágenes a sus órganos y demás, pero él mismo ordenó que todavía no era momento.

Se propagaron duros siseos cuando llegaron los de Azgar y vieron a su presidente en el suelo, lleno de sangre y barro, muerto. Pisoteado por la pelea que siguió su curso luego de su muerte. Habían perdido a su gobernante y, por si no fuera poco, a unos metros también yacía el cuerpo inerte de la Mano Derecha de Azgar. El padre de Max.

Max estaba allí, recogiendo el cuerpo de su padre para subirlo a una camilla. Otro guerrero de Azgar quiso cubrirlo con una tela, pero Max se la arrebató de las manos y fue él quien lo cubrió con cuidado. Crucé una rápida mirada con Rayna; su cara estaba manchada de sangre de infernales, de sin reinos, sangre propia, pero la mayor cantidad de sangre que cubría su piel y su traje negro era la sangre blanca salpicada de la columna vertebral de Ardat.

Luego de pasarse el antebrazo por la barbilla, Rayna se dirigió hacia Max mientras él metía el cuerpo de su padre a un carro. Rayna se detuvo a unos pasos, estiró la mano, y la posó sobre el hombro de él donde le dio un apretón. Max subió una mano y la posó sobre la de ella, sin voltearse.

Al otro lado de ese carro, los enfermeros estabilizaban la pierna de Keyla. Areen estaba acuclillado a su lado, pero observaba atento a los infernales que capturaban. Cuando quisieron llevárselo a él, Keyla intervino, y se armó una gran discusión con el Departamento de Defensa de Atanea sobre si debían esposarlo o no.

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