Capítulo 37
La espada de sangreMax
Dos de los sin reino lograron esquivar muy apenas los cuchillos que Rayna lanzó hacia sus cráneos.
—No me importa por qué estás aquí —la voz de Rayna fue áspera y baja cuando le habló a Rion—, o qué pretendes con este grupo de inútiles, pero te agradezco el ponerme el objetivo de destriparte tan fácil.
Max aprovechó esa conversación para sacar la brújula, la brújula que llevaba consigo desde el día en que el amigo de su padre se la entregó de camino al lago Bankai. La brújula de la cual se decía que podía reconocer el poder celestial. La abrió muy lentamente, sin bajar la vista, hasta que escuchó que la aguja dejó de agitarse; entonces miró rápido hacia abajo, y la punta de la aguja apuntaba derecho hacia la espada negra.
—Yo no quería esto, Rayna —respondió Rion con pesar—. Esto es un castigo para mí.
Rayna lanzó otro cuchillo antes de que cualquiera pudiera darse cuenta, y esta vez aterrizó en el ojo de un sin reino; este cayó de rodillas con un hondo quejido. Sus compañeros no hicieron ni el intento de ayudarlo. Estaban demasiado pendientes de ella, y tomaron las armas con mayor firmeza.
—No escucharé tus delirios, puto esquizofrénico —escupió Rayna, y cuando estaba a punto de lanzarse a su contrincante como la fiera que era, Max le atajó el brazo. —Qué. Haces. —Mostró los dientes.
—Tiene un Elemento —le advirtió Max, sin quitarle la vista de encima al imbécil—. Debe ser la espada de Ares.
—¿Y eso qué me importa? –Rayna lanzó el último cuchillo que tenía en la mano sin ni siquiera mirar a su objetivo; la hoja fue directa hacia la garganta de Rion.
Y se hubiera incrustado allí, pero Rion lo batió con la espada, y el cuchillo cayó sobre el césped.
—Sí... —Rion exhaló largo, como si se sintiera mal—. Debo matarte con esto. Lo siento mucho, Ray.
Rayna siseó fuerte.
—¡¿Eres el ridículo heredero de Ares?! —increpó Rayna con repugnancia al ver que la espada se envolvía en una luz amarillenta.
—No, mi amor, no, pero tengo esto. —El idiota se abrió la primera porción del abrigo, y allí brillaba un collar con un colgante rojo.
Las facciones de Max se pusieron rígidas.
—¿Cómo obtuviste eso? —le espetó duro.
Ese collar era lo único que sobrevivió de Krishna. Lo había encontrado el hermano de Claire el día que los límites se cerraron, y era una pieza que se mantenía guardada bajo mil llaves en el Departamento de Investigaciones y Ciencias porque se desconocía su uso exacto.
—¿Crees que puedes besar a mi novia y pedirme explicaciones? —jugó Rion contra Max.
Max estuvo a punto de dispararle, pero solo demostraría descontrol, y el gran imbécil detendría la bala con el poder de la espada.
—Eres un cerdo mal hecho y un mal nacido y voy a disfrutar mucho meterte los intestinos por tu propia asquerosa boca —soltó Rayna. Plantó los pies con firmeza sobre la tierra, lista para atacarlo.
—Deberían preocuparse más de los miembros de su castillo —continuó Rion—. A Ardat no le costó nada meterse en la mente de una de las hijas de los directores. Ella hizo un trabajo fenomenal robándolo, y me lo entregó hace un rato —explicó tranquilo, hablando del collar. Max supuso que se refería a esa mocosa de Amber, era la única hija de un director—. Este collar —elevó el colgante con su dedo índice—, posee energía de Ardat. Antes de sepultarlo, el zopenco de Hades tomó un trozo de poder de Ardat y lo puso en este collar. Tonto, tonto de él —chasqueó—. Yo lo robé para Krishna en Kaltos hace casi cinco años, antes de que me tocara emerger. Con esto puedo acceder a una pizca de su energía, y así esto —agitó la espada con desdén— me responde. Te lo explico solo porque eres tú. —Le dedicó una mirada suave a Rayna que a Max le provocó nuevas fantasías sobre hacerlo sufrir.
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Corona celestial
FantasyLibro III Saga Atanea. -Borrador-. Bajo la tierra, donde la lava palpita, saluda un nuevo reino. Una tierra desconocida. Un lugar inexplorado. Un gobernante sepultado. Ardat puede convertir lo bueno en malo, el amor en desesperación y los deseos en...