XXXII

290 38 5
                                    

Capítulo 32
Libros

Esa mirada penetrante, antes, hace años, al comienzo de todo, me hubiera intimidado, pero ahora hizo que mi piel hirviera.

—¿Crees que es un buen momento y el lugar para tener esa conversación pendiente? —Mi tono salió un punto más agudo.

Theo lanzó una mirada despreocupada hacia la biblioteca vacía, donde las estanterías plagadas de libros eran iluminadas por bombillas cálidas y tenues, y la mayor fuente de luz provenía de la lámpara sobre la mesa en la que estuvimos trabajando.

—A mí me parece un lugar más que adecuado, sobre todo porque a esta hora todos están cenando o yéndose a dormir. —Su sonrisa tentadora apareció, y a mí me comenzó a fallar la respiración.

¿Alguna vez dejaría de tener ese efecto sobre mí? Lo dudaba seriamente.

—Theo, fue difícil verte como enemigo y no poder confiar en ti. —Sus dedos disminuyeron el afloje y sus yemas comenzaron a pasear por mi antebrazo—. Me asusté mucho.

—Lo sé, princesa. —El músculo de su mandíbula se contrajo una vez—. Pero lo haría todo otra vez.

—¿Cómo dices?

Movió el hombro.

—Cuando se trata de los que quiero, pero sobre todo de ti y de tu seguridad, de tenerte a salvo, siempre haré lo que sea necesario. —Su mano llegó a uno de mis hombros y lo envolvió. La tibieza de su tacto traspasó la tela de la camiseta blanca que llevaba puesta—. Así tenga que pasar por sobre todo el maldito universo. Por lo que sí, lo haría otra vez, y otra, y otra, y otra —declaró avanzando hacia mí. Su mano cayó de mi hombro. No le hacía falta tocarme, me sentía acorralada—. No importa si me odias al final. Con tal de tenerte en una pieza, valdría la pena.

—No te odio —mascullé con dureza para tapar mi tono de deseo.

Su sonrisa se torció y sus pupilas se expandieron.

—Eso lo sé muy bien, princesa.

Sus labios se cerraron sobre los míos, devoradores, y mis brazos volaron alrededor de su cuello antes de que pudiera detenerlos. Mis intentos de no ceder con tanta facilidad, o los pensamientos de que aún necesitaba tiempo para superar lo vivido, salieron corriendo y se esfumaron.

Se separó lo justo para que un gemido ronco escapara desde lo profundo de su garganta y se vertiera contra mi boca, en mis sentidos y en cada una de mis células.

Antes de saberlo, tenía los brazos arriba y mi camiseta blanca salió volando. Siguió la suya, que se rasgó un poco por la locura. Luché contra el complicado cierre de sus pantalones de entrenamiento, y como la paciencia no era su mejor virtud, él mismo se los rompió y cayeron a los tobillos. Me quité los zapatos a la carrera junto a los calcetines, y él hizo lo mismo.

—Dioses —gemí al acercar mi palma al bulto bajo sus boxers. La aplasté ahí y la moví arriba y abajo, estimulando ese tronco cada vez más duro.

—Por qué mierda tienes que ser tan caliente y tan exquisita. —Sus dientes rechinaron.

Se encargó de romperme el cierre del pantalón que cayó a mis pies. Me tomó por la cintura para que así yo lanzara de una patada la prenda hacia el rincón.

Cuando su mano se infiltró entre mi piel sensible y mis bragas, no pude contener el alarido entrecortado que salió por mi boca. Dos de sus dedos se hundieron tan posesivamente entre mis pliegues que ni siquiera su beso pudo amortiguar el grito agudo que vino después.

Theo mantenía una sonrisa arrogante, y así mismo me besaba. Sus dedos comenzaron a ir más rápido, subiendo y bajando desde el clítoris a mi entrada, humedeciéndome. Tuve que apoyarme en la superficie que tenía detrás, de la que apenas fui consciente de que era una mesa. Pasé a botar la lámpara de estudio y la ampolleta se rompió; quedamos iluminados solo por las tenues luces de las paredes y eso hizo que me mojara todavía más.

Corona celestialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora