XXXV

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Capítulo 35
El laberinto de Casterra

—¿De verdad es necesaria la corona?, ¿de nuevo? —pregunté irritada. Me contuve en decir algo más solo porque era mi abuela la que me tendía.

—Por supuesto. Eres la princesa y heredera de poder. —Me acarició la espalda con la mano libre—. Recuerda que llamarás más la atención si no la llevas —insistió con cariño.

El hecho de que Eloise agarrara su bastón para equilibrarse me hizo tomar rápido la pesada corona de cristales azules.

—De acuerdo. ¿Cómo me veo? —Me giré hacia ella después de ajustarla en mi pelo.

Mi vestido dejaba la clavícula al aire, exponiendo el collar con dije de corazón. Los finos tirantes se extendían por mi espalda descubierta hasta mis últimas vertebras. En el tronco, la sedosa tela dorada se ajustaba a mi cintura, para luego abrirse en una falda plagada de pequeños brillos azules.

No me interesaba nada de eso, yo estaba centrada en cómo quitarle los Elementos a Ardat, y en rezar para que los dioses nos mostraran quién era el heredero que nos faltaba. O por último pensaba en cómo calmar la histeria que se desataría en la reunión con los gobernantes y los Consejos cuando les contáramos la atrocidad que estaba a punto de ocurrir en cualquier momento... Pero las doncellas habían llegado con el vestido perfecto para mí, y aunque no quisiera admitirlo, era hermoso.

Luego, mi abuela entró en mi habitación para ayudarme. No podía —y no quería— negarme a pasar tiempo con ella.

Por lo que ahí estábamos.

—¿Y bien? —insistí, dando una vuelta sobre mis pies. La brillante y ligera falda del vestido voló a mi alrededor.

Eloise no respondió la pregunta, no hizo falta después de que se le iluminara el rostro, y en cambio dijo:

—Sé que Theo Jatar, así como todos los Jatar, jamás querrá ser rey, o pertenecer a la realeza. A lo largo de la historia, los Jatar han tenido oportunidades y siempre las han rechazado por larga tradición de honor y deber, y bueno... —abandonó la frase con un deje de diversión.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué me dices eso?

—Porque quiero recordarte que no se necesita estar casada legalmente para unirse a alguien. —Algo brilló en sus ojos—. Solo recuérdalo para el futuro. Quería decírtelo antes de no poder hacerlo.

Mi mentón tembló.

—No digas eso —susurré angustiada.

Ella me acarició la mejilla con gesto conciliador.

—Te adoro, mi hermosa nieta.

—Yo también. Mucho. —Tomé su mano—. No me has dicho cómo me veo. —Cambié el tema a propósito.

Mi abuela suspiró.

—Te pareces mucho a tu madre, pero más allá de eso, Claire, opino que te ves como una reina. Quieras verlo o no.

No pude hacer más que sonreírle con amor.

――――Ɍ――――

Casterra era el reino medieval. Sus construcciones eran hermosas, de antaño, hechas de ladrillos, madera, o de un material color arcilla, con una chimenea saliendo de sus tejados anaranjados, como novela histórica.

Las mujeres, bajo las esferas iluminadas colgando desde un extremo horizontal de las calles al otro, llevaban sus mejores vestidos; algunos con mangas amplias, o con escotes pronunciados y amarras en la cintura, o también con lindos y muy incómodos corsés. Mis favoritas eran las vestidas de guerreras; con telas duras, gruesas y plateadas. Me sentí ridícula por usar vestido.

Corona celestialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora