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Capítulo 30
Azul, dorado y estrellas

Si antes pensaba que llevaba ventaja por lo que había aprendido durante los años de entrenamiento con Theo, Mike, incluso con Hannah, y sobre todo con los de Rayna... En el patio personal de entrenamiento en casa de Keyla entendí que, aunque entrenara veintitrés de veinticuatro horas al día, nunca alcanzaría su nivel.

Decir que el príncipe Damien de Ragnus tenía talento se quedaba corto. Era impresionante, más bien; en el enfrentamiento mano a mano contra Theo no dio vergüenza. Para nada. Incluso pudo alcanzar la mandíbula de Theo un par de veces. O más. Al mismo tiempo, Inago entrenaba con ellos para propulsar el poder.

Estaba a punto de traer un balde, que colgaba en un juego para niños en el patio de Keyla, de su hija, supuse —aunque nunca habíamos visto a la niña—, y utilizarlo para la saliva que caía de la boca de Hannah al observar al príncipe.

—Entonces, la misión a Cyril —comencé—, ¿salió todo bien? ¿Fue muy complicado?

Damien y Hannah fueron los primeros en regresar con el Elemento: la hoja de rayo de Zeus. Los segundos fueron Mike y Okke, con la antorcha de Hestia desde el reino Festave. Según Mike, la sangre de heredero de Okke hizo lo suyo frente a un tornado de fuego celestial que intentó engullirlos en la cima de una montaña, pese a su falta de experiencia.

—Damien hizo que no fuera complicado —suspiró Hannah; se dio cuenta de su propio embelesamiento y agitó la cabeza—. Digo, no es muy cercano su tía, la reina Agnes, pero supo manejarla a la perfección, e inventó una excusa muy convincente para que nos dejaran buscar una «reliquia importante para él» por el reino.

Asentí lento. Engañar a Agnes no debía ser fácil, era una mujer perspicaz.

Observé de nuevo a Damien y Theo; acabaron la ronda, y le explicaban un par de técnicas de defensa a Okke. Inago los rondaba, aburrido de la palabrería.

Todavía no sabíamos cómo debilitar a Ardat para acercarnos a él, pero nos estábamos entrenando para todas las posibilidades.

—¿Y dónde estaba la gran hoja de rayo? —Enarqué una ceja.

—En un santuario del mismo dios. Creo que Zeus es tan engreído que no se dio el tiempo de esconderlo. —Hannah amplió los ojos—. El problema surgió cuando quisimos llevárnoslo; se formó una tormenta eléctrica espantosa en toda la capital de Cyril. Aunque bueno, eso sirvió para distraer a los guardias y llevarnos eso sin llamar tanto la atención. —Apuntó hacia la hoja que descansaba junto a los otros Elementos sobre una mesa cubierta de un vidrio cerrado e impenetrable.

Le dediqué una mirada suspicaz.

—¿Y Damien se encargó de que los rayos locos de Zeus no pudieran tocarte? —Mi tono salió estimulante.

Los ojos de Hannah se abrieron todavía más y asintió enérgica.

—Llevaba el látigo de Nyx, y dejó salir sombras de él... Sombras estrelladas. Y dioses, Claire. Fue...

—¿Espectacular? —La voz oscura del príncipe nos interrumpió, y eso bastó para que mi amiga pelirroja se ruborizara desde la frente hasta probablemente los dedos de los pies.

—Me alivia que les haya ido bien. —Le sonreí a Damien mientras Hannah fingía que se ajustaba los cordones de los zapatos, que estaban perfectamente bien atados.

Damien botó aire.

—Espero que esta desgracia acabe pronto. Mi madre está haciendo demasiadas preguntas —murmuró con rigidez.

Damien era incluso un poco más alto que Theo, tenía unos ojos que a mí me parecían cafés con plateado, y las canas se entremezclaban en su pelo oscuro bien peinado. Tenía toda la elegancia de un príncipe, sin duda, mezclada con la apariencia clásica de un conquistador de mujeres. Y, aunque sus músculos no eran tan prominentes como los de Theo o Mike, estaba mucho más en forma que la mayoría.

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