XXIX

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Capítulo 29
Finnick


La llegada al reino Séltora fue, por una parte, nostálgica; era el reino de Finn. Y por otra, abrumadora.

La gente comenzó a gritar apenas me reconoció camino al castillo; algunos apoyándome para que fuera reina, otros contradiciendo y apoyando a Max Bourne, y algunos defendiendo el nombre de mi hermano, que era cada vez más reconocido por su ardua campaña, mientras nosotros intentábamos salvar al planeta. En defensa de Ethan, no le habíamos dicho nada; Theo tenía razón con que estaba demasiado pegado al Consejo y al ojo público.

Casi se me cae el alma a los pies cuando conocí a Finnick. Sus ojos eran una réplica de los de Finn; color cielo despejado. Su cabello rubio poseía la misma luminosidad y forma ondulada, pero estaba mezclado con reflejos castaños por Grace, su madre.

Se mostró un poco introvertido cuando nos presentaron (yo con el corazón a mil pude haberme visto un poco loca), pero se desplegó como todo un mini caballero ofreciéndome algo para tomar.

Era un pequeño príncipe hermoso. Mi estómago se hundió al pensar en lo orgulloso que estaría mi amigo. Deseé, con todo el corazón, que él pudiera verlo desde donde estaba. «Solo cambia la forma en que los acompaño», me había dicho en el limbo. Recé porque eso fuera así.

—Dicen que eras buena amiga de mi papá. Mi abuela lo dice —me comentó el pequeño cuando nos dejaron solos en su lugar favorito: el establo de alicornios.

Luché para que no se me acumulara agua en los párpados.

—Tu papá era un amigo excelente y único —afirmé, inhalando profundo y sonriéndole.

—Mi mamá dice que él sabía que yo iba a nacer y que estaba muy feliz —agregó no como una pregunta; solo quería hablar de eso.

Me acuclillé frente a él, junto a un unicornio que comía alfalfa con zanahoria, y le tomé las pequeñas manos.

—Sí, él lo sabía, y no hubo nada en el mundo que le importara más que tú.

Sus ojitos azules brillaron y me sonrió un poco tímido.

—Pero murió en la guerra —susurró con tristeza, manteniendo la sonrisa noble.

Las imágenes de la muerte de mi amigo me atacaron la mente, así que disimulé sacarle una pelusa invisible de su ropa color verde para tragar la enorme bola que se me atascó en la garganta.

—Tu papá era muy valiente, e hizo lo que hizo para que tú y todos pudiéramos vivir en un mundo mejor.

Un mundo que estaba a punto de desmoronarse si no frenábamos a Ardat.

Finnick se quedó mucho más contento con esa respuesta.

—Mi papá era un rey valiente —afirmó orgulloso—. ¿Un héroe?

Silbé por lo bajo.

—El mejor héroe de todos —le confirmé.

—Finnick —la voz suave como la seda de Grace nos interrumpió con educación. Los ojos chocolate estaban fijos en su hijo. Detrás de ella, apareció uno de los encargados del establo con un alicornio de cuerno pequeño (significaba que el animal era joven), y con una montura para niños puesta—. Rizo está listo, hijo.

Agradecí el aroma a manzana de los alicornios cuando Finnick miró a su madre, y yo pude inhalé profundo.

—Tengo que montar —me informó él, parándose bien recto.

—Qué entretenido. —Me levanté y, poniéndole una mano en la espalda, nos acercamos al alicornio.

Ayudé a Finnick a subirse en Rizo; sus manchas plateadas tenían formas de espirales. Grace le aseguró el casco.

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