XVII

277 45 5
                                    

Capítulo 17
Mensajero de dioses

El reino Ava, cerca de Irlanda, nos recibió con un arcoíris completo entre las montañas verdes, y con una bienvenida mucho menos elaborada que la primera vez que visité el reino; el presidente Keane nos esperó acompañado de dos músicos con acordeones, un asistente con una bandeja con copas servidas, y tres guardias. Nada más, nada de hileras de guerreros, ni discursos, ni alfombras rojas. Qué alivio.

Las mismas camionetas nos transportaron hacia la capital de Ava, esa ciudad pintoresca de calles curvas e invadida por del canto pacífico de aves; avanzamos por el comercio y entre las casas de piedra y tejados con chimeneas parecidas a las de un cuento.

Unos niños pelirrojos jugando alrededor de una fuente de la fortuna me hicieron sonreír, y desear estar en su lugar, sin mayores preocupaciones.

El camino hacia la fortaleza fue breve, y una vez allí, el rey de cabello de fuego nos esperaba en la entrada, delante de las pesadas puertas de roble y hierro.

Tyrone estaba igual a la última vez que lo vi; vestía su impecable túnica blanca, con los botones dorados incluidos, y también la cadena que cruzaba de hombro a hombro su ancho torso. El borde inferior de su larga capa de los mismos tonos rozó con sus zapatos acharolados cuando dio un paso al frente.

Levantó el mentón y su nariz pecosa se respingó al sonreírme con ese liderazgo innato que lo caracterizaba. Me sentí cómoda al instante, pese a que albergaba muchas dudas sobre él.

—Mi princesa favorita —saludó con su voz propagadora—. Qué maravilla es tenerte de vuelta.

—Hola, rey Tyrone. —Subí los escalones de piedra.

—Agente Thorne —saludó a Keyla, que llevaba el traje gris de ataque.

—Rey Tyrone. —Keyla hizo una reverencia cuando nos paramos frente a él.

Tyrone me había ocultado algo importante sobre sí mismo, pero en ese momento, al enfrentarme a sus pecas y a su semblante sabio, no pude hacer más que abrazarlo, rompiendo todos los protocolos.

Él me devolvió el abrazo con fuerza.

—Te he extrañado, mi gran amiga.

Con una larga inspiración, lo solté. Lancé una mirada hacia el interior de las puertas de su fortaleza.

—¿Dónde está Hannah? —Es lo primero que quería saber.

—De vacaciones, unas muy merecidas vacaciones. Se ha vuelto parte del círculo de confianza, ha trabajado arduo —explicó con calidez.

Formé una mueca. Ver a Hannah tendría que esperar.

—Tenemos que hablar —advertí.

Tyrone me sonrió con los labios juntos.

—De eso no hay duda. —Y nos invitó a pasar al interior.

Nos llevó a su oficina. La primera vez que estuve allí me encontraba tan nerviosa que no había reparado en los detalles de esta; las paredes estaban cubiertas de medallas que parecían tener siglos de antigüedad; tenía varios escudos cuyo origen era desconocido para mí; y algunas fotografías y reliquias con forma de símbolos. Al fondo, una amplia ventana se dividía en pequeños cuadrados, y permitía que entrara mucha luz y que se viera el paisaje verde y de ensueño en el fondo.

Sobre unos pilares descansaban bustos de piedra oscura, representando a los dioses griegos, parecidos a los de la biblioteca de la mansión; estaban Hermes, Atenea y Apolo.

Un conjunto de sillones de cuero café oscuro decoraban un costado, y en vez de acomodarnos frente a su escritorio como la primera vez, nos sentamos en estos.

Corona celestialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora