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Capítulo 5
Comité de bienvenida

Theo

El olor a azufre era más desagradable a medida que descendíamos por el pasillo de rocas tibias. A los cinco kilómetros de caminata imitamos a Keyla y nos pusimos la mascarilla. El calor era aguantable, pero el trayecto se me hacía eterno. Podríamos haberlo cruzado corriendo a velocidad hummon, pero sería imbécil. Era un sitio nuevo del cual sabíamos poco, en el que por el momento solo habían entrado robots hasta el final del túnel.

La señal de los teléfonos y CodeMessages se perdía, y eso era increíble, porque nunca había visto un CodeMessage perder su señal (sin contar los que estaban en el lado humano, cuya señal se esfumó con el cierre de los límites).

—Cantidad de kilómetros recorridos —solicité.

Se suponía que yo no estaba dirigiéndolos, pero era mi debilidad hacer lo que sea necesario para que las cosas salieran bien.

—Quince —anunció el encargado de distancias.

Quedaban dos kilómetros para llegar a lo que parecía, según las imágenes previas de los robots, el final del túnel; una pared de roca impenetrable que no habían querido hacer estallar aún.

Se tomaban demasiados trámites para todo; demasiadas autorizaciones por firmar, papeles, permisos desde y hacia Atanea, análisis científicos desde Cyril, reuniones de los reyes y/o presidentes. Estaba cansado de todo eso; había que actuar y había que actuar ahora. Esos jodidos terremotos no eran normales.

Eliminamos los dos kilómetros restantes en una marcha silenciosa y atenta. Keyla mantenía el dedo índice en el gatillo de su arma.

El final era un arco de piedras con puntas negras brillantes sellándolo. Era como la entrada de algún templo que solo los dioses saben de qué época. Las rocas emanaban un calor de mierda, y el centro de ellas palpitaba en rojo, ardiendo.

El grupo se quedó mirándome, esperando instrucciones.

Rodeé los ojos.

—¿Se desprende algún tipo de tóxico? —le pregunté a uno que además de guerrero era bioquímico.

Él escaneó el arco rocoso con una máquina minúscula.

—Negativo, agente Jatar. Está libre —informó.

—Bien. Saquen las bombas.

Se produjo un silencio general y les costó moverse. Enarqué una ceja.

—Ah, disculpen, ¿les da miedo? —rebufé—. Si quieren nos quedamos acá y observamos durante horas esta pared e imaginamos que es una obra de arte.

Keyla suspiró exasperada.

—El agente Jatar tiene razón. Saquen las bombas y no perdamos el tiempo.

Por fin se movieron.

Colocaron los artefactos de bombas controladas en la pared; arriba, abajo, al centro y dos a los costados. Los conectaron con los cables y nos alejamos unos buenos metros. Uno de Ragnus tenía el botón explosivo en la mano.

Lo miré.

—¿Quieres que hagamos una ceremonia para que presiones el puto bot...?

Las rocas negras estallaron como millones de dagas negras.

—Por fin —gruñí entre el polvo, humo y trozos de roca destrozada.

La visibilidad se nubló, pero éramos hummons y alcanzábamos a diferenciar lo suficiente. Al otro lado del arco se abrían tres caminos con más piedras calientes acabadas en puntas.

Corona celestialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora