XXVII

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Capítulo 27
Engaño

Claire

Mis pies se detuvieron junto a los de Arturo en la plaza principal del pueblo de Ketfox, Azgar. La noche ya inundaba sus calles. Ketfox no era ostentoso ni grande como la capital de ese reino, pero aun así guardaba el mismo estilo soberbio e intimidante.

La temperatura descendió bastante, y pese que todos allí parecían ir bien preparados para el clima, la plaza y los alrededores se encontraban vacíos.

En el centro de la plaza encontré al hummon de metro noventa, dándonos la espalda. Theo observaba la estatua con los brazos cruzados, vestido con su traje táctico que le marcaba el fuerte cuerpo.

Arturo se negó a que yo fuese sola a Azgar y decidió acompañarme, dejando de lado las tareas de Mano Derecha, Jefe de Fuerzas y reemplazo a la reina. Eso le había tomado dos horas; el lograr irse sin que lo interrumpieran cada tres minutos.

Él insistió en que, pese a que confiaba en el amor de su hijo por mí, podría aparecer Rion. Mike estaba muy ocupado con Hannah intentando entrenar a Okke. Keyla y Shira, después de no encontrar nada en Lumba, continuaban su búsqueda de un Elemento, esta vez en Naribia, el reino safari. Tyrone investigaba a los dos herederos que faltaban. Y Rayna... bueno, Rayna estaba con Max, buscando el verdadero Elemento de la diosa de Azgar.

Así que estaba allí con él, y me sentía protegida como si un mismo dios me cuidara. Arturo era todo lo que era Theo, pero con veinte años más de experiencia.

Nos acercamos con lentitud; Theo no se giró, continuaba frente a la estatua en silencio.

Era una escultura de una mujer bella, con una densa melena y una mirada engreída. El artista hizo un trabajo magnifico para dar el efecto de seda a su largo vestido, abierto en una pierna. La mano izquierda sostenía una antigua hacha de verdad, de esas largas y sangrientas con la que le cortaban el cuello a la gente en la antigüedad, pero el material de su filo era de hielo perenne.

Tenía tanta tensión en el abdomen que no me importó la brisa gélida; al menos no estaba nevando. Arturo se quedó dos pasos detrás de mí y asintió en mi dirección.

—Theo —llamé.

Theo miró con dureza por encima del hombro, pero se suavizó apenas nuestras miradas conectaron; se vio menos guerrero y más como mi Theo.

—Princesa —su voz era pesada.

Avancé hasta ponerme a su lado. Theo giró más el cuello y se dio cuenta de que Arturo también estaba allí. Soltó una carcajada seca.

—Rayna envejeció y se puso peluda —bromeó por su padre.

—Recuerda que sigo siendo tu jefe —replicó Arturo—. Y todavía puedo castigarte.

Theo exhaló denso.

—Entonces, ¿ese es el Elemento o qué? —Apunté hacia el hacha de hielo sostenida por la escultura.

Theo tragó duro. Me miró largo, sin decir nada.

—¿Qué? —inquirí.

—Respóndele —le gruñó Arturo.

—No te metas en nuestras conversaciones —le ordenó a su padre.

—Estás demasiado jodido para que tengas ese derecho —replicó este.

La mandíbula de Theo se contrajo; observó el hacha con desdén y luego volvió a mí.

—Es lo que dice la leyenda, y aun así es poco conocida. En general se mantiene como un misterio. Pero sí, se supone que esa esa es el hacha de hielo de Quínoe.

Corona celestialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora