IX

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Capítulo 9
El trato de Ardat

Theo

«Kaltos».

Había oído ese nombre un par de veces, en alguna clase fastidiosa de historia ancestral. Yo lo tomaba como una leyenda, de esas que les gustaba inventar a los sacerdotes aburridos y flojos, pero a estas alturas... cualquier leyenda podría ser cierta.

Kaltos era el nombre milenario y poco conocido de la supuesta decimocuarta extensión, la que fue creada por Hades, cuando los otros dioses crearon las trece extensiones. Hades lo hizo con el fin de tener un sitio menos asqueroso para recreación mientras gobernaba el infierno. O eso decían los libros.

Hades, joder, el dios del inframundo.

Por lo visto, decimocuarta extensión sí existía, yo mismo lo estaba confirmando como por tercera vez en el día. No era un mito, y había estado sellada durante milenios.

Y de alguna retorcida forma, se había desarrollado una puta ciudad aquí abajo, con gente viviendo en ella. Mientras Hades castigaba en el infierno durante la eternidad, a veces descansaba en este reino incomunicado. Era lo que se suponía.

—Entonces viven en Kaltos. —El mastodonte, Ardat, subió las cejas en señal obvia ante mi declaración—. ¿Cómo es que nadie pudo detectar antes que estaban enterrados aquí?

Ardat miró hacia arriba y suspiró. Esperé recibir un aliento de mierda, pero gracias a todos los dioses del puto universo, no olía a nada.

—Porque el fofo de Hades así lo quiso. Estaba muy cómodo manteniendo todo sellado para disfrutar de su preciosa amante, y que no se la robaran. —Sus ojos se pusieron blancos—. Pocas veces cruzaba al Olimpo. Lo hizo para robar a Perséfone.

Mis cejas se acercaron y bajé la barbilla.

Esta mierda no podía ser. Drama de dioses: lo que menos me interesaba en la vida.

Tragué lento y la falta de paciencia volvió a llamar a la ira.

—Bien, e imagino que tú eres el mayordomo de Hades, que, o está muy ocupado follando como un conejo, o muy divertido castigando en el verdadero infierno. Esto es lo que haremos, mayordomo. —Sonreí falso. Él me escuchaba con una mínima diversión en su rostro mal cicatrizado—. Me pedirán disculpas, a mí y a todo mi equipo. Con buena voluntad nos guiarás a la salida por matar a uno de los nuestros, y cuando regrese, nos dejarás pasar de vuelta al lado hummon. Listo. Fin. No me interesa hacer turismo en este demacrado reino de Hades. Luego seguirán viviendo como gusanos sin ver la luz del sol por todos los milenios que quieran.

Ardat pestañeó pesado.

—Creo que el exceso de sol creó hummons verdaderamente tarados —replicó con desagrado.

Los músculos de mi cara se contrajeron.

—Te lo advierto, hijo de la gran p... —intenté decir, pero mi garganta se cerró como si tuviera una mano alrededor de ella, y en poco tiempo comenzó a faltarme el aire.

Le lancé una mirada asesina.

—No, no. Ya me aburrí de tus amenazas y blasfemias. —Agitó las manos y empezó a deambular alrededor.

La mano invisible aflojó un poco, dejando que una mínima cantidad de aire llegara a mis pulmones, pero todavía me impedía hablar.

—Te estoy haciendo un favor —dijo de pronto, poniéndose los dedos puntiagudos en los bolsillos de la túnica—. Si te dejo ir al lado humano, morirás ahí, porque planeo el apocalipsis de esa raza en dos días. —Sacó una mano de un bolsillo y se miró las uñas deformes.

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