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PARTE UNO

Descendit ad inferos
«El descenso al infierno».



Capítulo 1

Infradimensión

Theo

No me importaba cuántas malditas veces me lo dijeran, no me iba a detener. Ya había perdido suficiente tiempo. Demasiado tiempo. Esperar era inútil.

Las pantallas del Departamento de Inteligencia marcaban la actividad bioquímica de la infradimensión; esa extensión desconocida bajo tierra. Desde que Krishna había muerto, el nivel energético allí abajo se había vuelto cada vez mayor sin una explicación lógica.

El día cuando la puta de Krishna murió, fue el mismo miserable día que los límites de las extensiones se cerraron. El mismo día que...

Detuve mis pensamientos. No podía ir ahí otra vez o enloquecería... de nuevo. Ya no había más muros en Atanea para romper de frustración o desesperación. Lo siguiente sería arrancar árboles de raíz, y el reino sufriría una deforestación por mi culpa.

Durante los últimos meses, se habían creado grietas en algunas zonas del planeta a base de terremotos. Algunos reinos quedaron con cientos de damnificados. Yo esperaba que surgieran demonios o alguna basura desde esas grietas, pero no pasó. Y si nada pasaba, yo haría que sucediera algo.

—¿Entonces la entrada a la infradimensión es esa? —le pregunté al científico de ojos enormes y feos.

—Sí... Sí agente, es esa. Estas son las coordenadas. —Me entregó un papel que le arrebaté de las manos.

—Bien. Gracias.

Actuaría como un ridículo explorador si era necesario, cruzaría el mismo infierno si hacía falta, pero ya no esperaría más.

Tenía que ir al lado humano. Tendría que haber encontrado una forma de ir hace tiempo, pero joder.

—Theo. —Me frené al oír a mi padre. El jefe de Fuerzas Secretas y la Mano Derecha de la reina. Hizo una pausa, y yo no estaba teniendo suficiente paciencia para pausas—. ¿Qué parte de tu cerebro piensa que te dejaré ir a la infradimensión?, ¿a una maldita extensión que nadie conoce, donde no sabemos qué puta mierda hay?

Intenté contar hasta diez.

Lo intenté.

—Agradezco tu preocupación paternal ­—murmuré irónico—, pero no recuerdo haberte pedido permiso. Ya fue suficiente. —Lo miré por encima del hombro—. No me vas a detener, por más que seas el jefe.

Papá subió una ceja.

—¿Quieres que te demuestre que sí puedo? —me retó medio burlón.

Giré el cuerpo hacia él, tenso. Nos desafiamos en silencio medio segundo, y mi padre supo que de verdad tendría que detenerme, y estaba seguro de que perdería. El hombre ya tenía sus años, y yo era su versión joven.

Me di cuenta de que los imbéciles agentes de inteligencia nos observaban atentos, pero bastó una mirada de mi padre para que continuaran en lo suyo.

Algo en su rostro cedió al volver la cara hacia mí.

—Hijo, tienes que esperar un poco más.

Casi me rio... de ira.

—Mañana se cumplen tres malditos años. Tres. —Apreté los dientes y mi pulso comenzó a acelerarse—. No voy a esperar ni un puto día más. Te dije que me iría a la primera posibilidad.

Corona celestialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora