XV

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Capítulo 15
Desaparición

Inago me acompañó en mi habitación durante un rato. Yo luchaba por olvidar la historia de Keyla, sentada en una poltrona de respaldo alto y acolchado junto a la ventana. Cada vez que intentaba procesar algo de lo que ella dijo me parecía más ridículo. Escalofriante. Perturbador. No podía ser.

Una parte de mí estaba insatisfecha con simplemente ignorar su confesión, por eso hablaría con Theo al respecto.

Media hora después, Theo entró por las puertas dobles, con ese paquete de envoltura verde que yo había dejado sobre su escritorio hace más de tres años.

Entre nostalgia, amor y ganar de lanzarme a sus brazos, quise besarlo antes de contarle la locura de la agente Thorne.

Inago me pidió que lo acariciara en la columna una última vez antes de marcharse con pasos pesados. Él todavía dormía afuera, en un árbol, porque así le gustaba.

Theo observó la lanza apoyada sobre la banqueta a los pies de mi cama, luego caminó hacia mí, y yo le quité el regalo de las manos. Le sonreí con ternura.

—¿Lo abrimos?

—Sí, pero primero... —Se inclinó sobre mí, me tomó en brazos y me separó de la poltrona. Me llevó hasta la cama y me dejó en el borde. Su mirada cambió a una más peligrosa, y mucho más sexi.

Me reí, nerviosa.

—No, no. Abre el regalo primero.

Theo protestó impaciente.

—Tú eres mi mejor regalo.

—Te estás poniendo demasiado insistente, guardián. ¿Te da vergüenza abrir un regalo?

Theo sonrió divertido y coqueto y se sentó a mi lado; el colchón se hundió con el peso de su metro noventa. Le devolví el paquete.

—Ábrelo.

Los largos dedos de Theo comenzaron a rasgar el papel verde que ya estaba desteñido. Me lanzó una mirada antes de encontrarse con una pequeña caja de madera oscura.

—Si me vas a pedir matrimonio, por favor, ponte de rodillas y acerca tu boca. —Su cuerpo no se movió ni un milímetro cuando lo empujé con fuerza.

—No te pases.

Theo exhaló una carcajada y abrió la caja. Verlo abrir un regalo era lo más tierno que lo había visto hacer alguna vez.

Su gran mano levantó una cadena de metal oscuro con una placa colgando, parecidas a esas que usan los guerreros cuando van a la guerra para poner sus datos, solo que esta tenía grabada nuestros nombres, el día en que nos conocimos, y un guion seguido de un infinito. Al voltearla, estaba escrito:

Tú y yo somos un para siempre, en todas las extensiones y en todas las vidas. CMR.

Las facciones de Theo se suavizaron cuando pasó el dedo pulgar encima del grabado. Se llevó la placa a la boca y luego se puso la cadena con facilidad.

Esa placa colgando de su cuello, descansando sobre ese pecho amplio y firme, me llenó de amor.

—Gracias, princesa. —Observó la placa y luego a mí—. Debería haberlo abierto antes. Me hubiera mantenido más cuerdo. —Algo se movió en su garganta.

Mi estómago se hundió.

—Lo siento. Perdiste a tu novia y a tu mejor amigo cuando se cerraron los límites.

Las sienes de Theo palpitaron.

—Tú te quedaste sin mí, no me imagino la tortura. —Me miró de lado y subió un costado de su boca. Estaba aligerando el ambiente por mí, como siempre, haciéndome la vida más fácil y más feliz.

Corona celestialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora