XLIV

205 30 8
                                    

Capítulo 44
El cielo contra el infierno

Reconocí sus movimientos implacables mientras él atravesaba a dos enemigos de una sola estocada con una espada. No se tardó en girarse y decapitar a otro. Luego su espada cortó las piernas de un sin reino. Era un borrón letal y descontrolado que arrasaba con cada vida que se le cruzaba. Podía ver el desconsuelo detrás de sus facciones de ira. Ese era Theo luego de creer que yo estaba muerta. La imagen me rompió el corazón en mil pedazos.

Max luchaba sin detenerse, y creí ver su rostro cubierto de lágrimas.

Hannah le acababa de salvar la vida a Mike deteniendo a un kaltiano que planeaba atacarlo por detrás, y ahora ambos luchaban espalda contra espalda. Hannah enlenteciendo a los enemigos con su poder mental, Mike encargándose de cortarlos.

El rey Tyrone estaba detrás de los tres herederos: Rayna, Okke y Damien, con las manos arriba, ayudándolos a propulsar el poder que ellos tres en conjunto manifestaban contra Ardat. Apenas podían retenerlo.

Al menos no estaban muertos todavía.

El dios, por su parte, gruñía gutural, y se reía al mismo tiempo, cual lunático. Los Elementos estaban más pegados a él, sacudiéndose. Unas auras de colores lo apresaban. Supuse que cada color representaba a un dios, y los dioses, de alguna forma que no lograba ni lograría entender, estaban ejerciendo un bloqueo contra su medio hermano desde el Olimpo junto a los herederos.

Me estaban dando tiempo.

Los cuerpos abiertos, las entrañas, los huesos y la sangre cubrían el suelo. La laguna al lado derecho tenía las orillas y los primeros metros de agua teñidos de rojo.

Las bestias esqueléticas de cuatro patas seguían rasgando músculos y quitando vidas. Yo había resguardado a Inago en la periferia de la batalla, ordenándole que solo acudiera a mí si alguien me capturaba.

La ropa me quedaba un tanto grande aún con los extremos arremangados, pero me permitía pasar un poco más inadvertida.

—¡Voy a arrancarles los ojos y llevarlos como souvenirs a mis hermanos! —aullaba Ardat, volviendo cada vez más débil a al escudo de auras.

Puede que Kaleb estuviera invisible, pero Ardat todavía podría sentirlo.

Areen asintió en mi dirección, dando luz verde a ejecutar nuestro plan, pero por detrás de su hombro vi cómo cinco bestias esqueléticas atacaban Theo, que estaba mucho más cerca de mí que hace unos minutos. Theo batallaba descontrolado, sin pensar, gastando toda su energía en ataques demasiado violentos, y eso le estaba pasando la cuenta.

—Un segundo —pedí.

—No pod... —habló Areen, pero lo interrumpí:

—¡Dije que un segundo!

—Ardat se va a liberar —jadeó Keyla.

—¡No es precisamente agradable ver a todos morir con los sesos colgando, pero esta vez voy a disfrutarlo! —prometió Ardat más allá, sin percatarse de nosotros todavía—. Y a ti, pelirrojo presuntuoso, ¡voy a arrancarte las pecas una por una!

—¡Ven a intentarlo con tus propias manos, lloricón! —replicó Rayna.

Ardat expandió los brazos con brusquedad y empujó el escudo divino contra los herederos y Tyrone. Los pies de ellos se arrastraron varios metros, dejando huellas profundas en el suelo.

Ardat movió el brazo de nuevo, y el rey pelirrojo fue arremetido contra un poste de luz que acabó doblándose.

—¡Continuemos por el heredero del viejo cascarrabias de Poseidón! —exigió Ardat, y su enorme figura creció dos metros más. La niebla abrazaba los casi cinco metros del dios espeluznante de ojos rojos y piel mal cicatrizada.

Corona celestialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora