Capitulo 32

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Danae

— ¿Por qué todo tiene que ser tan malditamente difícil?— lancé mi pregunta al viento, como si este pudiera dar respuesta a todas mis preguntas. Estaba sola, en el medio de la nada, disfrutando de mi soledad. Miserable soledad que me había acogido en sus fríos y vacíos brazos hace ya muchos años. Pagaba mi impotencia con las piedras que arrojaba al río con fuerza, apreciando como el peso de estas las hacia hundirse hasta tocar fondo— ¿Dónde estás ahora, mamá?— mi voz se quebraba más con cada palabra— ¿Es cierto que me cuidas? ¿Es cierto que me ves todos los días? Porque yo no lo creo. Estoy harta de ser quien soy.

Ya había amanecido por completo, pero las nubes de mal tiempo decoraron con tonos grisáceos el cielo, prohibiéndole al sol ser el protagonista, los truenos retumbaban en lo alto y el característico olor a lluvia inundaba mis narices. Las pequeñas gotas que empezaban a caer mojaban mi cabello y parte de mi ropa, la tierra comenzó a humedecerse, liberando esa fragancia que tanto me encantaba. Los arboles se mecían al compás del viento, regalándome pequeñas melodías, la neblina se acentuaba a medida que la lluvia se hacía más fuerte. Mi cuerpo se tensó ligeramente al escuchar el crujir de una rama y pasos a mi espalda se volvieron cada vez más cercanos; coloqué mi mano cerca de mi cadera, eso me daría facilidad de agarrar mi puñal si en algún momento lo ameritaba. Los pasos cesaron detrás de mí, una respiración cálida golpeaba mi cuello expuesto, mi corazón latía ferozmente en mi pecho, los números aparecieron en mi cabeza, formando un conteo que me serviría de guía para encarar a lo que sea que esté a mis espaldas.

Un aullido ensordecedor inundó mis tímpanos por unos cuantos segundos, hasta que el causante del sonido cesó. Aún sin voltear, escuché como sus huesos se rompían— ¿A dónde habías ido?— Abrí mis ojos asombrada, no pensé que fuera León— ¿Sabes lo preocupado que estaba al llegar a casa y no encontrarte? ¿En dónde has estado?— el lobito sonaba preocupado, estaba apresada entre sus brazos, su piel estaba húmeda y su respiración acelerada.

Suspiré aliviada— Lo siento, lobito. Estaba tan aburrida en tu casa, que salí a dar una vuelta por los alrededores, pero luego no supe como regresar— me dolió mentirle, pero no podía decirle la verdad aún. No se como lo tomaría.

— ¿Estuviste a la intemperie todo este tiempo?— preguntó escandalizado, tomando mi mentón con una de sus manos para que nuestras miradas conectaran.

— Kellan también está aquí ¿he?— quise bromear al notar ese color peculiar en sus ojos, pero León me lanzó un gruñido de advertencia, por lo que, aclaré mi voz. Eliminando todo rastro de gracia— No, no he estado a la intemperie— suspiré ruidosamente— Me quedé en casa de un amigo.

La bestia a mi lado gruñó nuevamente con desagrado— ¿Qué amigo?.

— Un amigo, León— no tenía por qué darle explicaciones de nada. ¿No se puede conformar solo con saber que estoy bien?.

— Danae ¿Qué amigo?— volvió a insistir, apartándose de mi lado, dejando que el frío acariciara nuevamente mi espalda.

Me giré para verlo, su cuerpo estaba desnudo y su ceño fruncido. Apretaba su mandíbula con fuerza, mientras que el agua se deslizaba por sus músculos bien tonificados; empapando aún más su melena despeinada.

— No tienen necesidad de ponerse así. Me encontraron ¿O no?— dije curvando mis cejas— Dejen esos estúpidos celos primitivos. No soy una de sus lobas para estar siempre por debajo de ustedes y aceptar lo que dicen sin rechistar.

— Sabemos que no lo eres— dijeron ambos al mismo tiempo, dejando que sus voces se mezclaran, creando un sonido grueso y tosco— Si lo fueras, todo hubiera sido fácil desde el inicio. Dices que dejemos esos "celos estúpidos", pero como hacerlo si hueles no a uno, sino que tienes el olor de varios machos sobre ti— podía sentir la irá y el coraje en sus palabras. Su lobo estaba dolido y, de alguna manera se sentía traicionado.

Entre CadenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora