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La petición de la emperatriz I

Caminó por los jardines del lugar que una vez fue su hogar pero para ella era irreconocible prácticamente, todo en general había cambiado

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Caminó por los jardines del lugar que una vez fue su hogar pero para ella era irreconocible prácticamente, todo en general había cambiado. Las flores que habían plantadas hasta los sirvientes que servían en la Mansión en aquel momento, aunque había una cosa sola que se mantuvo como estuvo en el pasado. Las pinturas de la madre que nunca llegó a conocer o si quiera recordar, iguales de impolutas y frescas. Suponía que su hermano mayor, Elián Dagmar, el actual Duque Dagmar y quien tomó el puesto de su padre en el Consejo del Emperador Sovieshu tras su muerte, siguió los mismos pasos que su padre. Heredando todas sus posesiones y sobretodo la personalidad obsesionada hacia una sola mujer, Lyanna Dagmar, la antigua Duquesa. Todas decían que ella misma era su vivo reflejo pero no podía importar nada, no tenía amor hacia esa madre que todos decían. Simplemente porque no formó parte de su vida y Aurora no era una persona tan religiosa como todo el mundo, bueno no lo era en absoluto.

Vivía con el principio de que si no podías dar pruebas de la existencia de "este ente divino" no existía hasta que se mostrase lo contrario. Además de que era una maga de agua perteneciente a la exclusiva "Sociedad Mágica" que abarcaba todo el continente de Wol. Conocidos a parte por sus poderes, también por su ateísmo.

—Veo que no has cambiado nada durante los años, cada vez te pareces más a él.—dijo ella mirando a la persona que una vez fue su hermano.

—Me alegró oír que hiciste alguien de ti, ¿La segunda magia de la Sociedad Mágica?—hizo una pregunta retórica.—Eso sí que es un logro.

—Como digas, solo vine por unos días hasta que mis heridas se curen.

—¿Cuáles heridas?—preguntó él sin conocimiento de nada.

—Nada de tu incumbencia, no trates de preocúpate por mí cuando nuestra relación como hermanos está más que muerta y marchita para este momento.—respondió en un tono frío.—Me iré a mi habitación, si no deseas nada más.

Se inclinó ligeramente antes de dejar a su hermano estupefacto ante su borde personalidad, y él no podía evitar añorar la amable y feliz Aurora que una vez conoció antes de marcharse a sus aventuras y crecer un gran odio hacia ellos en su corazón.

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Nada más entrar su habitación asignada, ya que pidió una de invitados porque la que fue suya anteriormente le traía recuerdos nefastos de su juventud e infancia en este horrible lugar en sus ojos. Se tumbó directamente en su confortable gigante cama, mirando sin rumbo al techo de madera que la cubría del sol de la mañana. Mientras que en su cabeza se estaba reproduciendo algunos recuerdos que tenían con su mejor acompañante, Alnair. Quien era también un erudito de la Escuela de Magia Oriental además de ser el quinto mago de la Sociedad Mágica. Lo conoció durante una de sus clases y se volvieron inseparables desde entonces. Ella sabía que él estaba ya en la Capital desde hace dos semanas, ella fue la última en volver.

De repente, interrumpiendo sus pensamientos, un mensajero imperial la esperaba en las puertas de su habitación.

—¿Un mensajero imperial?—musitó ella, ciertamente era lo ultimo que se esperaba.

—Traigo un mensaje urgente de la emperatriz Navier.—dijo el mensajero dándole un trozo de papel enrollado y cerrado con cera roja con la estampita de la emperatriz.

Empezó a leer el mensaje cuando quito la cera que lo impedía, así decía:

"Querida Aurora,

Sé que no te quedarás en la capital durante mucho tiempo pero esperaría que pudieras darme la elegía de una de tus vistas en el palacio imperial. Y así recapitular todo en nuestras vidas después de no vernos desde hace casi cuatro años.

—La emperatriz Navier"

Guardó el trozo de papel en un bolsillo, además aquel mensajero estaba para guiarla hasta el palacio imperial. Hacia tantos años que no pisaba aquel lugar. Y una visita a una de las personas más importantes de su vida no estaría de más en los pocos meses que se quedaría aquí.

Luego, el mensajero la guió a una carruaje que ya los estaba esperando y que los llevaría directamente hasta el palacio imperial. Fue un corto trayecto de quince minutos, en los que ella vio a través de la ventana del vehículo al pueblo llano disfrutar de la vida en el mercado o con su familia. Ellos tenían un privilegio al que ella se le fue arrebatado, el amor incondicional de una familia. Aunque no se quejaría demasiado ya que no era un deseo tan profundo, para ella no eran asuntos más que triviales e innecesarios. Especialmente en los ambientes que se crió, pensaba que salió bastante bien su vida para lo que imaginó una vez.

Poco después llegaron a las puertas del palacio imperial, ahí estaban para recibirla. El emperador Sovieshu y la Emperatriz Navier. Ninguno de ellos cambió en los cuatro años, seguían igual pero ahora eran los emperadores.

—Es un placer verte de nuevo después de tantos años, Aurora.—dijo Sovieshu.—Espero que el palacio imperial sea a tu gusto.

—Por supuesto, es un placer veros también.

—Lamentablemente tengo algunos asuntos que atender de momento y no podré hablar mucho más contigo pero igualmente, la emperatriz te podrá mostrará los alrededores.—fueron las palabras del emperador antes de irse inmediatamente con uno de los ministros.

—¿Deberíamos de llevar la conversación a mis aposentos, Aurora?—sugirió Navier.

—Yo te sigo.

De camino a los aposentos de la emperatriz Navier, hablaron de sus vidas y se pusieron al día en casi todo. Al parecer conservaban aquella relación amistosa que tuvieron una vez hace cuatro años, estaban tan felices las dos tras todos los duros momentos que cada una habría tenido que pasar por individualmente.

—Me han contado que has sido herida por un dragón de cuevas, en una de tus aventuras y que necesitarás quedarte aquí en la Capital por unos meses.

—Es verdad, este lugar es increíble pero los recuerdos que me traen son iguales de felices que tristes.—dijo Aurora, luego cambiando rápidamente el tema de conversación.—¿Y qué me cuentas tú?

—Bueno, Sovieshu y yo hemos estado bien por los primeros tres años de nuestro gobierno pero ha traído a una muchacha como su concubina en las últimas semanas. Y ha causado muchos problemas.

—Eso he oído de Lucian y Alnair.

Hablando del Rey de Roma, al dar la vuelta en uno de los pasillos hacia su destino, se encontraron con esa misma persona que ninguna quería ver en aquel momento.

—¡Hola hermana!—exclamo la belleza de cabellos plateados.—¿Y tú quién eres?

—¿Y tú quién eres?

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𝐋𝐀 𝐎𝐓𝐑𝐀 𝐀𝐌𝐀𝐍𝐓𝐄 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora