Capítulo 13

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PRESENTE


-Qué pase buena noche, señora.

-Gracias, Angus. –El chófer asintió antes de cerrar la puerta del asiento trasero para rodear el coche y subirse al asiento del piloto.

La noche no estaba yendo para nada como me la había imaginado.

Se suponía que Dorian debía ir a casa para prepararse aunque fuera y luego saldríamos juntos hacia el restaurante.

¡Pero me había dejado tirada y sin haber dado la cara!

En su lugar, fue el chófer de casa quién me llevó a mi destino excusandolo con que el “señor Beaumont me esperaría en la entrada al llegar.”

Y una mierda ¡Aquí no había nadie!

Con un cabreo de mil demonios que hacía bastante tiempo que no me pillaba, me dirigí a la entrada del hotel, a esa parte que estaba dedicada como a un punto de información del restaurante y que un trabajador educadísimo llevaba las reservas.

-Buenas noches, señorita.

-Señora Beaumont. –Corregí enseñándole mi anillo de casada dejándolo casi sorprendido.

-Disculpe, señora... El señor Beaumont ya la espera en su mesa con los demás comensales.

-Genial. Muchas gracias. –Lo esquivé para subirme al ascensor malhumorada.

El pobre chico no tenía la culpa de nada, y aunque sabía que estaba mal pagarla con terceros, debía desahogarme con alguien antes de llegar a la mesa.

Dorian podía ser el hombre perfecto en muchos ámbitos, pero carecía de algo muy importante en cuanto a mí se refería.

Nunca cumplía sus promesas.

Un camarero me resivió nada más salir del ascensor para acompañarme hasta mi mesa. Tenía ganas de decirle que podía ir yo sola, pero al fin y al cabo, ese era su trabajo.

La conversación en la mesa redonda habitada por Dorian y una pareja más quedó en silencio cuando me vieron aparecer.

-Leanne, que bien que hayas llegado. –Dorian se levantó con la intención de darme un beso, pero enseguida giré la cara para que sus labios tocaran mi mejilla. La mirada que me echó a continuación solo significaba que mi gesto no le había gustado un pelo, pero me daba completamente igual. –Héctor, Marianne, esta es mi esposa Leanne.

-Encantada. –Dije fingiendo una de mis mejores sonrisas mientras que me sentaba a la derecha de Dorian. Teniendo al tal Héctor a mi derecha y a su mujer enfrente.

-Es un placer conocerte al fin. Dorian habla muy bien de ti. –Respondió el hombre a mi lado cortésmente. –Sobre todo lo contentos que estáis con la llegada del bebé.

-¿Estás embarazada? –Preguntó la rubia de pelo corto asombrada haciendo que mi cabreo creciera en aumento.

No sabía que me ofendía más, la cara de asombro fingida que había puesto o su insinuación a llamarme gorda.

¿O es qué creía que esta barriga la tenía por darme banquetes y banquetes de comida?

-Lo está. De tres meses y medio, para ser exactos.

-¡Qué bien!¿Por qué seguía fingiendo así de mal? 

Una camarera vino a ordenar nuestra comanda antes de que la conversación siguiera.

-A mí me gustan los niños, pero creo que yo a ellos no tanto... –Alcé las cejas en su dirección mientras que los dos hombres reían.

¿Qué les parecía tan gracioso?

-Marianne siempre termina con las manos en el fango cuando tiene a algún crío cerca.

Porque será...

-¡Soy más de animales! ¿Te gustan los animales, Dorian? –La mano que posó sobre su antebrazo no pasó desapercibida para mí, pero sí para su pareja.

-Tenemos perros en casa. Dos Gran Danéses. –Respondí haciendo de todo mi autocontrol por no mirarla mal.

-¿En serio? ¡Quiero verlos!

-Para eso tendrían que invitarnos a su casa, cielo.

-Las puertas de mi casa están más que abiertas para vosotros. –Lo fulminé con la mirada sin poder creerlo.

¿De verdad quería meter a esa muñeca de porcelana en casa?

Aunque pensándolo bien, si venían y a Belial no le gustaba...

Déjate de películas, Leanne. Mente sana.

-Te tomo la palabra. Nos pasaremos un día por allí.

La camarera nos sirvió nuestros respectivos platos antes de retirarse deseándonos un buen provecho.

La comida siguió con su curso. Tocando algunos temas banales que aún no me decían para que se hacía realmente aquella cena.

Solo abrí la boca para contestar a las preguntas que Héctor me hacía o para reafirmar las respuestas de Dorian.

La dichosa Marianne parecía disfrutar de la atención que mi marido le prestaba y de toquetearlo cada vez que tenía ocasión como si su pareja o yo no estuviéramos allí presentes.

¿A Héctor le daba igual todo aquello? ¿O es qué de verdad no sé estaba enterando de nada? Porque a mí me hervía la sangre por dentro. Y más le valía no meterse con una mujer embarazada.

-¿Puedo preguntar a qué se debe el honor de esta cena? –Dije en voz alta queriendo terminar con todo aquel numerito de una vez.

-¿No se lo has dicho, Dorian?

-¿Decirme qué? 

-Héctor quiere comprar la empresa de tu padre.
 

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