Capítulo 15

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PRESENTE

-¿Qué? ¡No puede comprarla! –Los miré asombrados.

¿Pero cómo iban a comprarle la empresa a mi padre? ¡Si Dorian había saneado las deudas y todo iba bien!

-Te estás comportando como una cría, Leanne. –Me puse de pie fulminando a mi marido con la mirada más enfadada.

-Señora Beaumont, te doy mi palabra de que nada cambiará. Tu padre seguirá siendo el CEO aunque ahora tenga que consultar todas las decisiones conmigo.

-Esto es increíble. –Dicho esto, me dirigí hacia la salida del restaurante importándome muy poco si Dorian me seguía o no. 

¿Pero cómo diablos se le ocurría vender la empresa? ¿Con qué motivo? ¡¿Por qué?!

-¡Leanne! –Lo escuché llamarme cuando me monté en el ascensor y le di al botón de recepción.

¡No pensaba dejarlo entrar aunque quisiera! Lo último que me apetecía era compartir un espacio reducido con él.

Ahora entendía porqué tanto secretismo a la hora de decirme el motivo de la cena. ¡Sabía que me opondría de inmediato!

Esperé con impaciencia que las puertas del ascensor se abrieran al llegar para ponerme en busca de Angus, que debería haberse esperado por algún sitio a que nosotros saliéramos.

-Leanne. –Abrí los ojos soprendida en cuanto Dorian me alcanzó.

¿Había bajado por las escaleras todas esas plantas?

-Entra. Ahora. –Abrió la puerta del coche que se había detenido frente a nosotros con un poco más de fuerza de lo habitual.

-¡Esto es absurdo y sin sentido! –Me quejé una vez dentro. –¿Cómo vas a vender la empresa? ¡¿Para qué me sacrifiqué entonces?!

-¿Estás diciendo que te arrepientes de estar conmigo? –Sus palabras me hicieron enmudecer.

Nunca diría ni se me pasaría por la cabeza que me arrepentía de haberlo conocido, de quererlo o de formar la familia que éramos, pero fui una moneda de cambio por esa maldita empresa como para que ahora deje de ser de mi padre.

-Yo no he dicho eso, Dorian.

-Lo insinúas.

-¡No! –Volví a quejarme. –No me parece justo que pienses eso de mí. Igual eres tú el que se arrepiente de todo esto.

-¿Yo?

-No has dejado de tontear con esa Marianne en toda la cena. –Ya está, ya lo había soltado.

Sus ojos me escrutaron fijamente como un cazador y todo en el coche enmudeció.

Solo llamó mi atención el sonido de la mampara oscura que separaba la parte trasera de la delantera. Había privado a Angus del espectáculo que estábamos montando gratuitamente. 

-Yo era el que tonteaba, ¿verdad? – Tragué saliva. –¿Y qué me dices de ti?

-¿Qué?

-Héctor no dejaba de comerte con la mirada.

-¿Qué? –Volví a decir mirándolo incrédula.

¿Qué decía? Para nada tuve la impresión de que eso fuese así... Sí, hablaba con él e intentaba que entrara en las conversaciones, pero nunca le vi una mirada fuera de lugar.

-¿Qué? ¿Solamente tienes derecho tú a echar cosas en cara? ¡Unas copas de más y estoy seguro que te invitaba a su cama!

-Eso no es cierto...

-¿Ah, no? Subestimas el poder de atracción que tienes en los hombres, Leanne.

¿Eso qué significaba? ¿Qué estaba celoso? ¿Y por qué me gustaba tanto que fuese así?

Le sostuve la mirada desafiante.

Si creía que iba a acobardarme, no lo haría. No esta vez.

Sus manos se posaron en mi cintura antes de pegar nuestros labios instándome a que me sentara sobre su regazo y eso hice. Quizás fuera imprudente por mi parte, aún más estando embarazada, pero lo hice igualmente.

-No juegues conmigo a eso, Leanne.

-No estoy jugando a nada... –Murmuré echando la cabeza hacia atrás para que tuviera mejor acceso a mi cuello.

-Me gusta ver el efecto que provocas en los hombres y saber que ninguno podrá tocarte. –Mi cuerpo se estremeció y no solamente por el efecto de sus palabras, sino por sus manos acariciándome por encima de la tela del vestido.

Las mías tampoco se quedaron atrás, por supuesto, y enseguida llegué hasta el cierre de su pantalón.

-Saber que solamente he sido yo a quien le has regalado tus suspiros más placenteros...

-Dorian... –Su boca bajó hasta mi escote mientras que sus manos deslizaban mi ropa interior hacia abajo. –Solo tengo ojos para ti...

-Lo sé. –Aseguró bajándose los pantalones y los boxers lo suficiente para que su erección quedara en libertad. –Pero eso no significa que no me moleste la actitud de ellos hacia ti. Se creen con derechos que nunca tendrán...

Lo callé con mis labios una vez que lo había guiado hasta mi entrada más íntima.

No teníamos porqué seguir hablando en aquellos momentos, aunque sabía que eso a él le gustaba.

No sabía cómo podía concentrarse en formar palabras cuando mi concentración se centraba únicamente al placer que me daba.

Esa vez mi mirada captó algo en lo que nunca se había fijado.

Esa vez mi mirada captó algo que faltaba en su mano izquierda, concretamente, en su dedo anular.



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