Capítulo 43

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PRESENTE

-Intenta moverte solamente lo necesario. Al menos durante hoy, ¿de acuerdo? –Asentí con la cabeza antes de señalarle a mi sobrino con el mentón.

Le había pedido a Grettel que lo trajera a mi habitación y ahora se encontraba con ella dibujando en la mesa que muchas veces usaba de comedor.

-Aparentemente está bien. Pero tendrás que llevarlo a consulta para realizarle un análisis más extensivo. Probablemente esté a falta de nutritientes importantes en el cuerpo. Lo que me deja decirte... –Me miró severamente. –No debes saltarte ninguna comida tú tampoco, Leanne.

Hice de todo mi autocontrol por no faltarle el respeto al rodar los ojos.

¿Por qué era tan pesado siempre con lo mismo?

-Gracias, doctor. Grettel. –La llamé haciendo que se acercara a nosotros. – Acompaña al doctor a la salida, por favor.

-Enseguida, señora. –Ambos salieron cerrando la puerta tras ellos haciendo que la habitación volviera a quedarse en completo silencio.

Miré al niño que seguía en su mundo sin prestarme la más mínima atención.

Me dolía mucho saber que yo para él era como una completa desconocida. Me dolía pensar en las penurias que le había tocado vivir por las irresponsabilidades de mi hermana y en parte, por culpa de mis padres también.

-¿Ryan? –Alzó la cabeza de su dibujo para mirarme. –¿Por qué no vienes un rato a charlar conmigo? Puedes enseñarme lo que estás haciendo.

Sin oponer resistencia, se bajó de la silla llegando hasta el borde de la cama con la lámina de papel en las manos.

-¿Qué es?

-Una pradera... –Respondió con la voz rasposa por llevar tanto tiempo en silencio. –A mami le gustan las flores...

-¿Y a ti? –El corazón se me iba a salir del pecho en cualquier momento.

-Son bonitas... –Se limitó a decir encogiéndose de hombros.

-Mi jardín está lleno de flores de todos los colores. ¿Qué te parece si después bajamos a verlas? –Volvió a encogerse de hombros. –También tenemos dos perros. ¿Te gustan los animales?

-¿Tienes perros?

-Sí. Se llaman Belial y Boston. Son adorables. –Sonreí buscando mi teléfono queriendo mostrárselos. Así no se impresionaría tanto cuando los viera la primera vez.

-¡Son enormes! –Exclamó entre asombrado y emocionado.

-Lo son. –Reí por lo bajo. –Podrías galopar sobre ellos perfectamente como si de un caballo se tratara.

El niño siguió observando las fotografías ensimismado.

-¿Por qué son tan grandes?

-Eso se debe a su raza. Tú también llegarás a ser como ellos dentro de unos años. Estoy segura de que serás tan alto como un jugador de baloncesto.

-Me gusta el baloncesto. –Sonreí agradeciéndole que me contara más cosas sobre él. –¿Estás enferma?

-¿Qué? No, no... Estoy embarazada. –Dije destapandome el vientre abultado. –El doctor vino a comprobar que mi bebé estuviera bien.

-¿Tienes un bebé ahí? –Asentí con la cabeza acariciándome la tripa.

-¿Quieres tocarla? Se llama Hera. – Miró mi barriga con el ceño fruncido como si aún no creyera en mis palabras del todo. –Tú también estuviste en la barriguita de tu mamá, aunque no lo parezca.

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