Capítulo 50

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LEANNE

-¿Por qué no vienes a visitarme? ¡Quiero ver a mi sobrina!

-Vente tú mejor, Joss. Sinceramente, no tengo muchas ganas de salir de casa.

-Jo, yo no puedo. He quedado... –Alcé las cejas intrigada sin apartar la vista de mi hija y Belial.

No me sorprendía que hubiese quedado con alguien, claro. Lo que me sorprendía ere ese tono que había usado para decirlo.

-¿Algún pretendiente? ¿O aquel chico de...

-No ni hablar. Jones solo fue una diversión de aquí y de allá. Este chico es mucho más importante...

-¿Mucho más importante? –Repetí mientras que en mi cara se formaba una sonrisa pícara al estar atando cabos dentro de mi cabeza. –¿Estamos hablando de quién creo que estamos hablando?

-Leanne, ¿por qué tienes que ser tan lista? –Solté una carcajada haciendo que Belial me mirara mal. –No es una cita oficial, pero quedamos para tomar algo y así me ayudaba con unas cosas...

-Hmm... Algo es algo, ¿no?

-¡Sí! Pero no se lo digas a Dorian, ¿vale? Él siempre ha creído que estoy detrás de su mejor amigo y yo nunca se lo he afirmado ni desmentido.

No hacía falta que lo afirmaras, Joss. Todos sabíamos ya de tu pequeña obsesión con Mason.

-No le diré nada, prometido.

-¡Genial, gracias! Y ahora voy a dejarte. ¡Tengo que arreglarme antes de ir a mi encuentro! Dale un beso enorme a Hera y Ryan.

-Lo haré. Disfruta de tu no cita.

-¡Hecho! –Colgué con una sonrisa en la boca antes de volver a centrarme en mi pequeña princesa.

Esta mañana había salido el sol y se había quedado un día espléndido para pasar las horas en el jardín de casa. Aquí los niños tenían todo lo que necesitaban para jugar, Ryan su cancha de baloncesto y Hera una zona especial llena de juguetes para su edad.

Sin embargo, ahora mismo se estaba echando una siesta bajo la supervisión de nuestro fiel amigo Belial. Y hablo literalmente de ello porque el hocico del perro descansaba sobre la panza de Hera tan campantemente.

Incluso me había atrevido a hacerles una foto y enviársela a Dorian de lo bonitos que estaban.

Cualquiera que los viera se asustaría por la impresión, pero yo confiaba demasiado en ellos como para que nada malo le hicieran a mi hija.

No iba a mentir, al principio temí un poco el primer contacto con ellos. Mi bebé era muy pequeña comparada con ellos dos, pero una vez que la hubieron olfateado hasta cansarse, la acogieron como a un miembro más de la familia.

Además, aquella protección que tanto me brindaba Belial en mi embarazo era la misma que le estaba dando a mi hija cada vez que estaba cerca. Como si hubiese reconocido que aquella conexión tan extraña que había formado con ella desde el vientre aún seguía latente.

Sin embargo, Boston me había dejado un poco más de lado y había sido Ryan quien se había convertido ahora en su persona favorita. No me molestaba, claro, pero tampoco me gustaba saber que me habían dejado fuera de la ecuación como cuando había llegado a esta casa.

-Buen trabajo, Belial. Me gusta que cuides de mis chicas cuando yo no estoy. –Tanto el perro como yo miramos al dueño de la voz al no esperarlo tan pronto.

-¿Qué haces aquí?

-Pude escaparme dos horas antes. – Sonreí mientras me acercaba a él para besarlo alegremente. –¿Qué te parece si merendamos fuera después de recoger a Ryan del entrenamiento?

-Perfecto, sí. Me encantan estas sorpresas, Dorian. –Sonrió antes de inclinarse para besar mis labios de nuevo.

-Muy bien. Voy a ducharme entonces. No me eches tanto de menos.

-Engreído... –Lo empujé por el hombro juguetonamente antes de dejar que se fuera quedándome nuevamente a solas en el jardín.

Se suponía que yo también debía prepararme y preparar a Hera para el paseo, pero verla dormir tan pacíficamente no me daban ganas de moverme a ningún sitio.

-Señora Leanne. –Me giré hacía Maurice en cuanto escuché su voz. – Hay una señorita fuera preguntando por usted. –Mis ojos se abrieron como platos ante el deja vu que acababa de revivir con sus palabras.

¿Mi hermana había vuelto? No, no podía ser. Maurice ya la conocía y lo hubiera dicho directamente.

-¿Q-quien es?

-Dice que es amiga de la familia. Qué el señor la conoce muy bien. –Eso me dejó aún más descolocada.

¿Amiga de la familia? ¿Qué Dorian la conocía bien?

-Déjala pasar, Maurice.

-Enseguida.

Con el ceño fruncido, me acerqué a Hera para cogerla en brazos con intención de entrar al salón, pero un torbellino alto y de largas piernas apareció frente a mí con una sonrisa despiadada en la cara.

-¿Marianne?

-Hola, Leanne. ¿Sorprendida? –La miré dubitativamente. No me estaba gustando nada ese tono con el que me había hablado. –Ay, pero si la pequeñaja está aquí y todo. Es una pena que pronto dejes de verla, ¿no crees?

-¿Perdón? –Di un paso atrás más que confundida.

¿Pero qué decía esta mujer? ¿Y qué hacía en mi casa?

-No te sorprendas tanto. Total, si he ido informándote de lo que pasaría durante estos meses.

-T-tú... Tú enviabas esas cartas...

-Por supuesto que era yo. –Sonrió cínicamente. –¿Quién sino sería? Dorian es mío, y me lo dejó muy claro el día que corrió a mis brazos dejándote sola a tu suerte.

-¿D-de que hablas?

-¿Ya olvidaste el supuesto viaje que de negocios que hizo de emergencia?

Mi cerebro me llevó enseguida a aquella vez en la que Dorian había desaparecido a la mañana siguiente de nuestra discusión. Al momento en el que tuve que ir a una de las revisiones de Hera sola.

-Nunca existió tal cosa, ¿sabes? Estuvo conmigo todo ese tiempo. – Negué con la cabeza sin querer creer lo que escuchaba. –Admítelo de una vez, Leanne. Dorian nunca te quiso ni te querrá. No eres más que una carga para él a quien ha tenido que mantener todos estos años.

Hera comenzó a llorar en mis brazos antes de que Belial comenzara a ladrar y a gruñir en su dirección.

Eso no era cierto. Dorian nunca haría algo así... ¿O si?

Mi parte insegura estaba ganando a la razional por goleada, y lo peor de todo es que yo lo estaba permitiendo.

Algo dentro de mí siempre tuvo ese miedo al rechazo y a la soledad por parte de Dorian. Todo era muy bonito para ser verdad y yo me lo creí. Quise creermelo como la niña ingenua que era antes de llegar a esta casa, pero la realidad era otra muy diferente, y esta me estaba estallando en estos mismos momentos en la cara.

Para mis padres siempre fui una moneda de cambio, y me dolía saber que muy probablemente también lo había sido para Dorian.

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