Epílogo

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SIETE AÑOS DESPUÉS

-¿Qué diablos pasa aquí? –Dorian bajó las escaleras rápidamente aún en bata de baño y descalzo.

-¡Dorian! Dile a esta mujer de una buena vez la verdad.

-¿Qué? ¿De qué hablas, Marianne?

-Dile que solo estás interesado en mí. ¡Dícelo!

No sé en qué momento Maurice se había acercado para arrebatarme a Hera de los brazos, pero agradecía que lo hubiera hecho. No quería que mi hija siguiera intranquila en este ambiente tan cargado de negatividad.

-No sabes lo que dices, Marianne. Estás loca.

-¡No te acerques! –Grité en cuanto Dorian quiso tocarme provocando que las lágrimas brotaran de mis ojos. –¿Es cierto lo que está diciendo? ¿Estuviste con ella cuando me dijiste que estabas de viaje?

-¿Qué? Claro que no. ¿Por quién me tomas?

-Dile la verdad, Dorian. –Volvió a insistir la rubia. –Pasamos esos días juntos. Día y noche.

-Es cierto, pero no por lo que crees. Fui por trabajo, Leanne. Créeme. –Me suplicó con la mirada. –Y ahora me arrepiento de haberlo hecho. –Volvió a girarse hacia Marianne. –Ese estúpido viaje casi hace que pierda mi matrimonio y un momento muy importante del embarazo. Tenía que haber dejado que tu hermano se pudriera en aquel calabozo en el que lo habían detenido. Así que deja de inventarte mentiras y lárgate de mi casa de una vez. 

Abrí los ojos completamente agitada por el sueño vivido.

Odiaba despertarme recordando aquel suceso que casi hizo que mi matrimonio se fuera a la quiebra.

Marianne había venido a soltarme mentiras que yo casi creí ciegamente. ¿Cómo pude confiar en una persona que estaba mal de la cabeza? Porque sí, la chica había desarrollado algún brote psicótico obsesivo por Dorian y en mi contra. Por eso nunca me gustó. 

Una risita infantil hizo que saliera de mis pensamientos mientras que Dorian se quejaba.

-Voy a desaparecer todo rastro de maquillaje que haya en esta casa. Lo juro.

-¡Levantaos ya!

-¿Por qué no vas a despertar a tu hermano?

-¡Porque Ryry ya no está en su habitación!

-¿Cómo que no está? –Me incorporé en la cama para ver cómo Hera seguía llenando la pierna de su padre de besos rojos.

No sabía de dónde había sacado esa idea, pero últimamente no hacía más que eso cuando no le hacíamos caso por las mañanas. Cogía el primer carmín que se encontraba y se pintaba los labios para llenarnos de besos por todos lados.

-Seguro que ya está en la cancha.

-Voy a buscarlo mientras que tú te encargas del desayuno con Hera. ¿Qué te parece?

-¡Sí! –Respondió ella por él haciéndome sonreír.

Me levanté acercándome hasta ella para abrazarla fuertemente antes de poner rumbo hacia la planta inferior en busca de mi hijo mayor.

Ryan ya era todo un hombrecito de catorce años recién cumplidos. Pensé que llevaríamos su adolescencia peor, pero Ryan siempre nos ponía las cosas fáciles. Muy fáciles.

-¿Ry? ¿Cariño, que haces aquí tan temprano?

-Estoy nervioso por el partido. –Dijo sin dejar de botar el balón contra el suelo.

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