Capítulo 47

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PRESENTE

TRES MESES DESPUÉS

Observé a Ryan moverse de un lado al otro haciendo rebotar el balón por el pavimento esquivando a todo aquel niño o niña que se le cruzara en el camino.

Un día me había dicho que le gustaba el baloncesto, pero nunca llegué a imaginar que ese deporte lo ayudaría tanto a socializar con otros niños.

Había sido tal la magnitud de su pasión, que incluso habíamos hecho una cancha a un lado del jardín de casa. No con las medidas de una de verdad, pero con aros de canastas y líneas en el suelo con las que poder entrenar y jugar cuando él quisiera.

Descartamos por fin la idea de mandarlo a un internado a estudiar. Un profesor había estado dándole clases particulares y nos había dicho que estaba apto para empezar el nuevo curso escolar el próximo año.

Dorian no tardó nada en hacer llamadas y conseguir que lo admitieran en la escuela en la que él y su hermana habían estudiado de niños. Alabando que era la mejor de la ciudad. 

Sorprendentemente, y como yo llegué a sospechar, mi marido le había cogido cariño. ¿Cómo no hacerlo? Ryan era el niño más adorable y bondadoso del mundo.

Aún no le habíamos confesado el verdadero motivo de la partida de su madre, pero él tampoco era tonto y algo debía de olerse aunque no nos lo dijera. 

La versión oficial era que mi hermana se había ido lejos a trabajar, y que él se quedaría con nosotros hasta su regreso. 

La versión extraoficial tristemente ya nos la sabíamos.

-¿Leanne? –Alcé la vista hacia la voz de la persona que me había llamado quedándome un poco sorprendida al no esperarla allí. –¿Qué estás haciendo aquí sola? ¡Mira en qué estado te encuentras! ¡Podría pasarte algo en cualquier momento!

-No exageres, mamá. –Dije rodando los ojos mientras que me acariciaba el vientre abultado.

Solamente quedaban dos meses para que Hera naciera. Solamente quedaban dos meses más para tener a mi pequeña entre mis brazos.

-¿Qué no exagere? ¿Dónde está Dorian? –Miró hacia todos los lados buscándolo. –¿Y qué es lo que haces en un parque infantil?

-Podría hacerte la misma pregunta, ¿sabes? Porque hasta donde recuerdo, no te gustan tanto los niños. –Suspiré poniéndome de pie con algo de incomodidad por llevar tanto tiempo sentada en aquel banco.

Esperé a que Ryan terminara su jugada maestra antes de llamarlo a voces. El milagro había sido que me hubiese escuchado entre tanto griterío de los infantes.

-¿Ya nos vamos?

-¿Quién es este niño? –La ignoré inclinándome hacia él para sonreírle.

-Sí, cariño. Ya es hora de volver a casa. ¿Aún tienes ganas de seguir jugando? –Ryan se encogió de hombros antes de fijarse en la mujer a nuestro lado.

-¿Leanne?

-¿Ni siquiera eres capaz de reconocer a tu propio nieto, madre?

-¿Qué? –Katherine miró al niño como si de un extraterrestre se tratara antes de volver a mirarme a mí. –¿D-dónde está tu hermana?

-¿Ahora te preocupas por ella?

-Murió, ¿verdad? Por eso estás con su hijo.

-Claro que no. –Respondí de inmediato echándole una rápida mirada a Ryan. –Y lo que haya pasado con ella no te interesa, mamá, pero no está muerta. –Agarré la mano de Ryan con intención de irnos de allí.

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