Capítulo 34

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PASADO


-¿Grettel?

-¿Sí, señora?

-¿Qué te parece? –La chica inclinó la cabeza ligeramente hacia la derecha sin dejar de observar la pintura frente a ella como si de una obra de arte de un museo se tratara.

-Es... ¡Increíble! –Exclamó mirándome ilusionada. –¿Cómo puede pintar así de bien? –Me encogí de hombros.

Mi don por la pintura no sabía de dónde había salido. Lo que sí sabía era que me encantaba pintar, y debía admitir que se me daba muy bien.

-Puedo hacerte uno cuando termine.

-¡¿De verdad?!

-Por supuesto, Grettel. Será todo un placer.

-¡Muchas gracias! Iré a buscarle algo de tomar. ¿Le apetece una limonada? –Asentí con la cabeza antes de que ella se alejara a toda prisa dejándome sola en el jardín.

Me giré nuevamente hacia el lienzo que tenía colocado sobre el caballete de madera.

Me quedaba muy poquito para acabar el curso intensivo de pintura al que Dorian me había apuntado después de la boda. Ya había entregado los trabajos a tiempo y hecho los exámenes a la perfección, pero yo seguía pintando lienzo sí y lienzo también en el jardín de casa.

Unos pasos a mi espalda me hicieron darme cuenta de la eficiencia y rapidez que tenía Grettel a veces.

-¡Qué rápida e... –Pero enseguida cerré la boca al no verla a ella frente a mí. – ¿Q-qué haces aquí?

-¿Es qué no te alegras de verme? – Dejé el pincel en su sitio antes de limpiarme las manos en la bata que tenía puesta para no mancharme la ropa. –¿Qué se supone que estás haciendo, Leanne? ¡Estás poniendo todo perdido!

-¿Perdón? –La miré incrédula.

¿Por qué sentía que me hablaba como si fuera una niña de cinco años?

-¿Así es como pasas el tiempo ahora? ¿Qué dice Dorian de todo esto?

-A Dorian le gusta que pinte. –Hablé frunciendo el ceño.

A diferencia de ti, que odiabas que pusiera perdido todo el suelo de mi habitación.

-¿Cómo le va a gustar que ensucies todo? –La ignoré girándome hacia el lienzo de nuevo. –Eh, te estoy hablando.

-¿Qué es lo que quieres, mamá?

-¿Desde cuándo eres tan malcriada? ¡Me estás faltando el respeto!

-Desde luego que si por hacer lo que me apasiona es faltarte el respeto, creo que tenemos conceptos muy diferentes sobre ello.

-¡Pero bueno! –Volvió a quejarse quitándome el pincel de las manos y tirándolo lejos sorprendiéndome.

¿Pero se había vuelto loca?

-¡No permitiré que me hables ni me trates así!

-Eres tú la que vino a mi casa a increparme.

-¿Tu casa? –Rió amargamente. –Esta casa es de Dorian Beaumont, y no tuya. Si te dedicaras a traer al mundo a herederos en vez de pintar boberías, otro gallo cantaría.

Esas palabras hicieron que mi corazón casi se detuviera.

Las imágenes de la semana anterior, cuando descubrimos que el test había dado positivo, volvieron a mi cabeza con motivo de alegría, pero pronto se distorsionaron a una película casi terrorífica. Dónde todo era negro y mi mundo se volvía un infierno.

¿Cómo se había atrevido a hablar de algo de lo que ni siquiera tenía idea?

¿Qué sabía ella de mi vida después de que, en malas palabras, me vendieran como a un jarrón caro al mejor postor?

¿Qué sabía ella de mis intentos de quedarme embarazada? ¿De las dos pérdidas que había tenido ya? ¿De lo terapéutico que estaba siendo la pintura para mí en aquellos momentos de mi vida?

¿De lo que me ayudaba a seguir adelante y desconectar la mente de mis días más tristes?

-¡No sabes nada de mí!

-Oh, créeme. Se mucho más de lo que te imaginas. Soy tu madre.

-¡Una madre no haría lo que tú hiciste!

-Hicimos, querida. No me eches todo el muerto a mí cuando tu padre es tan responsable de esto como yo. Además, no sé de qué te quejas. Te abrimos las puertas del cielo con un marido como Dorian.

-¿De verdad crees que a mí me importa el dinero?

-A todo el mundo le importa el dinero, Leanne. No digas boberías.

-¡No es verdad! –Grité en un ataque de cólera. –¡No a todo el mundo le importa el dinero! ¿Para qué quieres tener dinero si después no eres feliz? Tú eres el claro ejemplo de ello. –Mis palabras debieron ofenderla, porque el zarandeo que me dio no había sido normal.

-¡No voy a permitir que me hables así, Leanne!

-¿Y qué vas a hacerme?

Nunca había asociado la violencia con mis padres. Mucho menos con mi madre, ella era de esas personas que te maltrataban más psicológicamente que físicamente, pero los últimos encuentros que habíamos compartido a solas en mi casa me estaban dando que pensar. 

¿De verdad acababa de zarandearme de nuevo?

No fui consciente del golpe que me había dado al caer encima del caballete de pintura hasta que el grito de Grettel llegó hasta mis oídos.

-¡Señora! ¡¿Se encuentra bien?! – Enseguida se agachó a mi lado ayudándome a levantar. –¡¿Qué le pasó?! ¿Le duele algo? ¡Voy a llamar al doctor!

-¡Deja de ser tan exagerada! –Se quejó mi madre mirándonos a ambas. No sabía a quien de las dos se estaba refiriendo. –Solo fue un pequeño mareo. Eso le pasa por estar tanto tiempo bajo el sol. –Grettel me miró confundida sin saber si creerla o no. –Llévala a su habitación. Se pondrá bien.

-¿Leanne? –Me llamó la chica por mi nombre de pila aún preocupada. 

-E-estoy bien... –Me limité a decir queriendo desaparecer de allí lo antes posible.

¿Pero como no había llegado a descubrir lo cruel que era conmigo?

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