9 Hacía dos semanas que jugaba a la Play. Al principio me costaba elegir entre música y juegos. Después estuvo claro: juego de día y música cuando me iba a dormir. Era domingo, el Walter no trabajaba. Yo estaba contenta porque era la primera vez que me iban a dejar jugar con todos. Repasaba mentalmente las listas de movimientos. Los de Sub-Zero, Sonya y Raiden me los acordaba bien. Los de los demás, apenas. El que entraba pasaba primero por la heladera y dejaba un par de birras. Así era la cosa para cada uno que llegaba. Después se metía en la pieza y buscaba un lugar. Ya no cabía un alma. Sentados en la cama, en el piso, en una banqueta que tenía mi hermano, parados tomando una cerveza, la pieza estaba a tope. —Al que me apoye el culo en la almohada, lo mato —decía el Walter. Hernán todavía no había llegado. Al principio traté de hacer como que no pasaba nada, pero quería que llegara ya. ¿Dos semanas practicando juntos y justo ese día se le ocurría faltar? Pero Hernán llegó. Saludó a todos y mostró algo que traía en las manos. —Estaba en la entrada —dijo—. Pesa un montón. —Debe ser el diario de la Iglesia Universal —le contestó mi hermano, que estaba sentado en el piso, cerca de la puerta. Hernán se acercó a la cama. Tenía que esquivar a varios para llegar hasta mí. —Fijate —dijo y me lo dio. Todos me miraron y yo, en el medio de todos esos chabones, agarré el paquete haciendo de cuenta que no tenía importancia.
—¿Qué onda? —me preguntó el Walter. No le contesté. Me levanté de la cama y, esquivando las piernas de los que estaban en el piso, salí de la pieza. Hernán se sentó en mi lugar. No había pieza en la que no hubiera un amigo, así que me metí en el baño. Mi hermano entró detrás mío y me miró. Levanté el paquete para que viera lo gordo que era. El Walter me dijo que lo abriera, después cerró la puerta y apoyó el cuerpo para que nadie pudiera meterse. Yo tenía el paquete entre las manos. Se notaba que le habían puesto un peso debajo y que lo habían atado con cuidado para que no se desarmara. Corté el hilo con los dientes; no pude evitar verme en el espejo, mostrando los dientes y mordiendo. No me gustó. Cerré la boca. Traté de emprolijarme el pelo, de parecerme un poco a mí. Saqué el hilo y volví a mirarme. Abrí el sobre, que tenía un diario adentro. Lo revisé hasta dar con una página que decía «gracias» escrito en fibrón rojo y, señalada con el mismo color, una noticia: «El veterinario prófugo es el único imputado por la muerte del joven especial». Era el hombre que había visto. No tenía su guardapolvo verde. Era mucho más joven en la foto del diario, como si se la hubieran sacado antes de ser padre de Ian. Adentro del diario había un montón de billetes. Como no quería contarlos, mi hermano se acercó y los agarró. Yo me quedé viendo la foto del hombre. Sabía que debía estar su nombre en el diario, pero no quise conocerlo. Me acerqué a la foto, busqué algo en sus ojos, pero no eran más que eso: dos ojos que no decían nada. ¿Alguien se acordaría de cómo era ese hombre antes de ser padre? Después de ser padre, yo ya lo había visto. El Walter contó lentamente los billetes. Cuando terminó, dijo: —Ufff… es una banda. Da hasta para la Play 4. —Pero ni él ni yo nos reímos. En el diario también había una foto de Ian en blanco y negro. Tampoco sonreía y estaba mirando para arriba. Pensé que si hubiera podido estar ahí con él y seguir su vista, el pibe no habría estado mirando nada o, al menos, nada que yo pudiera ver. Debajo de la foto decía: «El cuerpo fue encontrado en…», pero no quise seguir leyendo. Cerré el diario y se lo di al Walter.

ESTÁS LEYENDO
COMETIERRA - Dolores Reyes
De TodoA la memoria de Melina Romero y Araceli Ramos. A las víctimas de femicidio, a sus sobrevivientes. tú que solo palabras dulces tienes para los muertos LEOPOLDO MARÍA PANERO Nadie sabe lo que puede un cuerpo. BARUCH SPINOZA