Dos noches después soñé con Ana. Hacía rato que no venía. Ya pensaba que no iba a soñar más con ella pero ahí estaba otra vez, preguntándome si me había enojado. No le contesté. Me dijo que había tardado en venir porque pensó que yo estaba enojada. Le mentí, le dije que me alegraba verla, que no estaba enojada ni nada. Ahora yo tampoco confiaba en ella. Una vez me había pedido que probara su tierra y después, cuando me animé, se puso loca. Tampoco quería que me tironeara de las muñecas como la última vez. Pero Ana era mi amiga y nunca hubiera querido perderla. Le dije: —¿Tomamos cerveza? —Está prohibido —contestó Ana, abriendo mucho los ojos. Y las dos nos cagamos de la risa. Aunque casi siempre me daba cuenta de que era un sueño, nunca le preguntaba: «¿Quién te llevó?», pero lo pensaba cada vez más. Ella tampoco sacaba el tema, pero yo sentía que se daba cuenta. Me dolía un montón pensar en eso. Esa vez que había tragado tierra de sueño vi a un tipo arrastrando a Ana de los pelos mientras se oían unas risas insoportables. Todo se llenó de sombras menos ella. El blanco de su cuerpo parecía brillar en una noche oscura y entre las manos oscuras que la arrastraban y le sacaban la ropa. El terror me mordió la columna y no quise seguir viendo. Como ella después me cortó, tampoco le dije nada. Nos quedamos calladas.
Ana llevaba una cartera chiquitita en el sueño. La miró, después me miró a mí y me dijo que ese día hubiese sido su cumpleaños. Me preguntó si lo sabía y yo le hice que no con la cabeza. Entonces abrió su carterita y sacó una lata de cerveza. Miré la lata, me pareció una cantidad miserable para nosotras dos, pero ella sonreía tanto que no me importó. —De cumpleaños —dijo—, permitido. Y al abrirla, la lata hizo el ruidito ese que me encantaba.

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COMETIERRA - Dolores Reyes
AcakA la memoria de Melina Romero y Araceli Ramos. A las víctimas de femicidio, a sus sobrevivientes. tú que solo palabras dulces tienes para los muertos LEOPOLDO MARÍA PANERO Nadie sabe lo que puede un cuerpo. BARUCH SPINOZA