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Después de que comí tierra de su sueño, Ana se puso rara. Desconfiaba de mí. Yo trataba de hablarle como siempre, pero no era lo mismo. Había silencio. Ella miraba todo lo que hacía yo y a mí me parecía que me controlaba porque tenía miedo de que volviera a probar tierra. Una vez me dijo: —Yo sé que te tiraste al río y estaba prohibido. Parecía enojada. Esperaba que yo dijera algo y, como no supe qué contestarle, me quedé callada mirando al suelo. Ella se me vino encima, me agarró de la mano y me llevó tironeando por un lugar nuevo. No conocía ese camino hasta que vi el cartel: Corralón Panda. Pensé que nos íbamos a parar ahí, donde la encontraron a ella, desnuda, su cuerpo abierto como una ranita estaqueada contra la tierra, pero no. Seguimos hasta el galpón, unos metros más allá. Había una puerta y, del susto, empecé a rezar para que estuviese cerrada. Ana empujó y la puerta se abrió. Yo no quería entrar. Nunca antes había tenido tanto miedo en un sueño. Quería despertarme pero no podía. Ana parecía poseída. Le supliqué que me soltara, pero tiró de mí hasta que hizo que me parara en la puerta. Me pidió que me asomara y yo miré hacia adentro. Vi una mano con un cuchillo. El corazón me pegó un sacudón. Temblaba tanto que tuve que apoyarme en el marco de la puerta. Aunque cerré los ojos, igual vi la mano de un hombre, las venas marcadas, sosteniendo un cuchillo que apuntaba hacia mi hermano. Me puse a llorar. Quería suplicarle a Ana que parara todo pero no pude hablar. Me pareció que si nos quedábamos un momento más iban a acuchillar al Walter. —Venir a lo de Tito el Panda está prohibido, ¿entendiste? Cuando me desperté, me dolían las muñecas como si hubiera estado esposada.

COMETIERRA - Dolores ReyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora