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Había una botella rara, con una tarjeta y un número de teléfono. Aunque era de día y pegaba mucho el sol, cuando la levanté y la leí pensé en una noche larga. Había aparecido hacía unos días junto a la reja de entrada. Tenía el color del agua y la tierra que le habían puesto adentro. No quise dejarla en el jardín, entre las plantas y las otras botellas. Me la llevé a la pieza y terminé poniéndola al lado de la cama. Me gustaba agitarla, que se mezclara todo y después mirar cómo la tierra quedaba abajo y el agua arriba. Como en un juego de cruzar cosas para que se acomodaran solas. Algo fácil. Algo que a mí no me pasaba nunca. Pero la tarjeta tenía el nombre de una chica, y sabía bien que ese nombre venía con una historia, y que esa historia ya no iba a gustarme tanto. Si no dejaba la botella en el jardín, en algún momento iba a tener que hacerme cargo: destapar, probar, llamar a ese teléfono como obligada, la mula de alguno. Después sí, podía tirarla o devolverla afuera. Pero estaba el nombre de la chica. El que le había elegido alguien, y ese nombre no me lo olvidaba. Tuve la botella en la pieza una semana, hasta que decidí que lo mejor iba a ser terminar con eso de una vez, probar y ver qué pasaba. Capaz no pasaba nada. Porque había poca tierra y estaba en el fondo y lo demás era agua. ¿Quién les había dicho que ahora también tragaba agua para ver? Lo único que faltaba. La agité un poco, la destapé, cerré los ojos con una arcada y tragué, esperando ir de un nombre a una cara borroneada. Vi a una chica contenta que corría hacia el agua. Mar no era, porque no había arena. Tampoco casas, ranchos, villa alrededor, como en el arroyo. Vi mucho verde y la piba metiéndose en el agua con una sonrisa. Pero la sonrisa se enturbiaba, como borracha, y su cuerpo se desesperaba a medida que se hundía, quería volver. Manos, brazos, piernas peleaban por escapar del agua. Lo que se perdía era aire y quedaba ella, la chica, en el fondo del agua, que a fuerza de tocarla toda la iba borrando de mis ojos. Antes de volver a abrirlos, porque me dolían, pensé que la noche y el fondo del agua se parecían bastante.

COMETIERRA - Dolores ReyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora