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Cuando le dije a Ezequiel de encontrarnos, le gustó. En el espejo del baño, me busqué algo distinto en la cara, pero o no había nada o no lo pude encontrar. Eran los ojos de siempre. Me lavé los dientes. Me puse rímel. Me colgué la mochila. Busqué las llaves, salí y cerré la puerta. Cuando estaba por ponerle llave, me frené. «¿Qué tanta llave si ya nos vamos?», pensé. Dejé la puerta abierta. Tiré las llaves adentro de la mochila y caminé hacia la comisaría. Cuando llegué, él me estaba esperando en la puerta. Le di un beso rápido. Ezequiel no se había enojado porque yo no lo había llamado. Me preguntó si quería que fuéramos a su casa y le dije que no, que prefería ir a dar vueltas en el auto. —¿Adónde? —Ni idea. Necesito hablar —le contesté, pero en cuanto subimos al auto me quedé callada. Me dijo que tenía ganas de comprar algo para tomar y yo le dije que sí con la cabeza. Paramos en el almacén de una vieja. Ezequiel me dijo que agarrara lo que quisiera y yo abrí la heladera y saqué dos cervezas. Lo único que me importaba era que estuvieran heladas. Se las mostré a la vieja y le pedí un paquete de maní. —Tengo suelto. Le dije que quería cien gramos. Ezequiel no quería cerveza y le pidió a la vieja tres petacas de no sé qué, pagó y nos fuimos. Tomamos un rato parados en la vereda. Hasta que Ezequiel me dijo: —Arranquemos.
Nos subimos al auto. La birra ya estaba por la mitad y la apoyé entre mis pies. Comí un puñado de maníes para que no me doliera el estómago. —¿Me vas a decir qué pasa? —me dijo. —Nos vamos —contesté, como si con eso alcanzara. Ezequiel se quedó callado, manejando. Esperaba que dijera algo más. —Nos vamos, Ezequiel, dejamos la casa. —¿Por qué? —Porque no puedo más con la gente y la tierra. Pareció como si no me hubiera escuchado porque seguía manejando como si nada, hasta que empezó a ir más despacio y se metió por una calle oscura en la que no había nadie. —No quiero más muertos —le dije. Ezequiel arrimó el auto al cordón de la vereda y frenó junto a un árbol. Siguió agarrado al volante. Yo miraba para afuera. Le entré a la birra de nuevo, varias veces. —¿Lejos? —preguntó Ezequiel. —Ni idea. Me terminé la cerveza, abrí la puerta, bajé y tiré la botella. Estaba intentando imaginar cómo podíamos seguirla Ezequiel y yo y todo me parecía cualquiera. Hablar por el celu, chatear. No había nada que pudiera decir, nada que nos tranquilizara, ni a mí ni a él. Entré al auto, me senté, lo miré. —Se nos va a ocurrir alguna. Bajé la vista. Ezequiel no contestó, tomó y yo miré la segunda cerveza. —¿Me llevás al cementerio? —¿Al cementerio? Le dije que sí, pero que primero pasáramos por otro almacén, que íbamos a necesitar mucho más escabio.

COMETIERRA - Dolores ReyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora