41

47 3 0
                                    

Dormí con resaca. Debió ser eso. Ana, en mi sueño, estaba muy ojerosa. Nunca la había visto así. Hablaba como una desquiciada. —El Corralón Panda, prohibido —repetía como si fuera un conjuro. Y yo, para tranquilizarla, le decía que ya lo sabía. Que ya me lo había dicho. Pero Ana no me creyó. Me miró con ojos tristes y dijo: —Pero vas a ir. ¡Vas a ir! Estaba sacada, irreconocible. —No fue uno solo. Uno me arrastró. Otro me ató. Varios me arrancaron la ropa. Yo no quería escucharla. Me tapé los oídos y me dije que solo era un sueño, un sueño, mientras el dolor me taladraba la cabeza. Ella seguía y yo no podía siquiera contar a los tipos que iba nombrando. Saqué las manos de mis orejas y Ana se calló. Esperó un poco y, cuando supo que la escuchaba de nuevo, insistió: —El Corralón Panda, prohibido. Me desperté. No quería soñar con Ana nunca más.

COMETIERRA - Dolores ReyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora