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47 Estaba aturdida. Era como si el gris de las paredes nos hubiese contagiado algo. Adentro era un quilombo y nosotros caminábamos hacia la salida. Ninguno se la había llevado de arriba, pero tampoco había quedado demasiado golpeado. A mí me empujaban, me llevaban, sentía un brazo en la cintura. Era el viejo. No necesitaba verlo para saber que era él. Escuchaba los insultos como si fuera un perro ladrándonos. —¡Esto no se queda así, hijos de puta! —gritaban los pelados que habían quedado atrás. Sus voces querían golpear. Pero no se acercaban. Se quedaron con el Ale Skin. No sé cómo, pero sabía que el Ale Skin no iba a zafar de esa. Hicieran lo que hicieran, el Ale Skin estaba tan muerto como Hernán. Yo no podía ni hablar. El Walter seguía gritando y yo solo quería que se callara. Que se callaran todos. Que se fueran y nos dejaran solos a mi hermano y a mí, como siempre. En un momento, mi viejo me soltó y se quedó parado. —Nos vamos a volver a ver —le dijo el Walter. Mi viejo no contestó, pero había alivio en sus ojos. Dos veces lo vi matar.

COMETIERRA - Dolores ReyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora