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Esa noche soñé con la seño Ana otra vez. La veía como si le hubiesen apagado algo adentro, ni enojada estaba. Sola, encendida, su tristeza. Yo caminaba acercándome a ella y, cuando la seño Ana me veía, algo volvía a prenderse. —Estoy sola acá. ¿Sabés? No me puedo ir a ningún lado. Era todo lo contrario a la visión de María. Estaba en un lugar enorme que no tenía nada. Solo la seño Ana, siempre. Yo no sabía si era porque ya no usaba el guardapolvo de maestra, pero se veía mucho más flaca que antes. El olor me daba ganas de vomitar y la seño Ana me miraba con lástima. —Si te duele —me decía—, eso no es acá, es la tierra en tu panza. Yo no le contestaba pero pensaba cuánta tierra podría tragarme sin arruinar mi garganta, mi estómago, mi cuerpo. Pensaba que tenía que despertarme y no quería dejar a la seño Ana sola. —Me tengo que ir. Perdoname —le dije. Con eso la seño tampoco se enojó. Abrió sus brazos para que me acercara y, después de abrazarme, me dijo: —Yo sé, yo sé. Apurate, Cometierra. María todavía vive.

COMETIERRA - Dolores ReyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora