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Cuando Ezequiel llegó, hacía más o menos media hora que lo estaba esperando. Entró, empezó a hablarme, pero yo casi no lo escuchaba. —¿Qué te pasa? —dijo y me siguió contando cosas, y yo sin poder conectar con la historia que estaba despachando. Para que entendiera, le toqué la pija por sobre el pantalón y con la otra mano agarré una de las suyas y me la llevé al nacimiento del pelo. Recién en el comienzo de las caricias Ezequiel aflojó y pudo sonreír. Me abrazó, me apretó contra él. Olerlo me encantaba. Estábamos solos en la casa, como si no importase nada más que nosotros dos y los besos que nos dábamos. Me puse a besarle el cuello, besos que pronto se transformaron en lamidas que me dejaron la mente en blanco. Sus manos de repente me soltaron, para desprender el botón de su jean, bajar la bragueta y hacer asomar su pija dura. Chuparle la pija a Ezequiel era como un juego para mí. Pensaba en un helado mientras le pasaba la lengua y se la besaba. Ezequiel me dejó jugar un rato, hasta que me agarró de los pelos y me puso de pie. Sus manos desabrocharon mi pantalón y lo bajaron bruscamente, como si me lo arrancaran, y después él me dobló contra el sillón de la salita de atender. Boca abajo, su mano tocó lo que su pija iba a penetrar, me acarició un rato largo, con todo el tiempo del mundo. Más que nada, sentía su calor. Costó un poco cuando empezó a meterse, un momento mínimo de dolor, pero después Ezequiel se estaba moviendo en mí y yo enloquecía.

COMETIERRA - Dolores ReyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora