Las noches en que lograba dormir de corrido, la seño Ana volvía. Abajo del cartel donde la habían encontrado, sobre la tierra electrizada por la luz rancia que geden los huesos al volverse polvo, la seño Ana se pudría en mi sueño como se descompone la carne de un perro muerto en la ruta. Sus huesos no eran mansos como animalitos domésticos, me buscaban, volvían furiosos con la energía devastadora del que persigue justicia. No sé por qué esa noche la veía así, como a una muerta a la que le brillaban los restos, si la policía había encontrado su cuerpo cuando yo era chica y se lo había llevado. Me froté los ojos. Ahí estaba Ana de nuevo: —¿Ya me olvidaste? ¿Cuándo volvés, mi chiquita, a tragar tierra por mí? Nunca me animé a tragar tierra de abajo de la carne de la seño Ana aunque supiera el lugar exacto en donde quedó. Prefería recordarla perfecta, limpia como el guardapolvo que se secaba en la soga de mi casa, al sol de esas mañanas a las que no podía volver. Ana abrió la boca. A su cara le pegó el tiempo. Su bronca por los que la mataron me dolía, me tiraba hacia el centro de mi noche, me forzaba a no despertar. —Estoy acá, Cometierra, abajo. ¿Cuándo venís a tragar tierra por mí?

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COMETIERRA - Dolores Reyes
RandomA la memoria de Melina Romero y Araceli Ramos. A las víctimas de femicidio, a sus sobrevivientes. tú que solo palabras dulces tienes para los muertos LEOPOLDO MARÍA PANERO Nadie sabe lo que puede un cuerpo. BARUCH SPINOZA